ARCHIVE of the immaterial heritage of NAVARRE

EL CUENTO DE PERICULIMALAS


Ocurrió hace mucho tiempo en Galbarra. Llegó el tiempo de la siega y no tenían más herramienta que un punzón con el que pinchaban en la planta para saber si era alfalfa y una tijera con la que la cortaban. Y así segaban. Hasta que Periculimalas, que estuvo por la Ribera y aprendió a segar a hoz, fue al pueblo y llevó una. Como los del pueblo no habían visto nunca una máquina que segara así, Periculimalas les explicaba que se cogía un manojo de plantas y se cortaba fácilmente. Y exageraba mucho para vendérsela: –Buf, esta hoz siega muchísimo. Si queréis, os la vendo a todo el pueblo. –¿Y sirve para que siegue todo el pueblo? –preguntaron los de Galbarra. –Sí, sí –contestó Periculimalas. Les cobró por ella muchísimo y se marchó del pueblo. Después de comprarla, fueron enseguida a segar. Cogió la hoz el alcalde y empezó a segar: “trin, tran, trin, tran”. Cuando estaba segando, de repente se cortó un dedo y gritó: –Mecagüen, ya nos ha engañao ese. Al cortarse, arrojó hacia arriba la hoz y se quedó encalada en un sitio alto. Y nadie se atrevía a tocarla, hasta que uno, desde lejos, le pegó con un palo a la punta de la hoz. Al golpearla, saltó incontrolada la hoz y se le cayó al alguacil en el cuello. Tiró el alcalde de la hoz y le segó el cuello. Entonces, dijeron todos enfadados con Periculimalas: –Es mejor cogerlo y matarlo, para que no nos engañe más. Al ver que se había muerto el alguacil, fueron en su busca y ya lo cogieron. Y Periculimalas se excusaba: –Tranquilos, que con dinero se arregla todo. –No, pero eso no es: le enseñaste y ahora le ha matado –dijeron los del pueblo. Para librarse, les dijo con astucia Periculimalas: –Pero es que tengo un burro que caga dinero. –A ver; a ver –dijeron con credulidad los del pueblo. Lo llevó y era un burro que había recibido muchísimos palos. Tenía todo el cuerpo lleno de costurones, pero se lo compraron otra vez. Se marchó Periculimalas y los de Galbarra, aunque le pegaban palos, no conseguían que cagara dinero. Y decía uno de los del pueblo: –Cá, que vosotros no sabéis decirle. Le ordenaba que defecara dinero, mientras le golpeaba, pero tampoco consiguió nada. Por lo que dedujeron que los había vuelto a engañar. Así que decidieron: –Hay que matarlo en Galbarra, porque, así, no nos engañará otra vez. Lo capturaron y lo trajeron a matar a estas peñas de Ganuza, que están muy cerca de Galbarra y era un sitio alto y bueno para arrojarlo. Lo transportaban dentro de una cuba, para que no escapara, y, poco antes de despeñarlo, lo dejaron un momento solo, mientras fueron a ver dónde estaba más alto para tirarlo. Llegó entonces un pastor con una vaquería muy numerosa. Se acercó a la cuba donde estaba Periculimalas y le preguntó ingenuamente: –¿Qué haces aquí? –Nada. Que si me tiro hoy aquí dentro de esta cuba, me van a dar una vaquería tan grande como la tuya. ¡Pero yo no quiero meterme! –le engañó con astucia Periculimalas. –Ya me meteré yo –se prestó el pastor. Cambiaron sus puestos y, cuando ya llegó la hora en que lo iban a echar, el pastor se arrepintió y comenzó a gritar: –No, no; que ya no te cambio. Pero los de Galbarra pensaban que era otro engaño de Periculimalas y arrojaron al pastor. –Ya se ha muerto –dijeron tranquilos cuando cayó la cuba al barranco. Regresaba después todo el pueblo por la sierra y vieron a lo lejos a un pastor con su vaquería. –¡Ay, qué vaquería más buena! –dijo codiciosamente uno. –¡Ahí va, si parece Periculimalas! –exclamó otro sorprendido. –¡Qué va a ser él! ¿No has visto que lo hemos echado por la peña abajo? –le recriminaban los otros. Y hubo unos cuantos que empezaron a dudar. Cuando se aproximó más, vieron que efectivamente era Periculimalas y se sorprendieron. –¡Ahí va, si es él! Ahí va, ¿no te habíamos tirado por la peña? –Sí –respondió con astucia. –¿Y cómo estás aquí? –le preguntaron asombrados. –¡Buf! Es que, al que salta de la peña, le dan una vaquería como ésta. Sí, le dan una vaquería como ésta que llevo yo –les mintió Periculimalas. –¡Si supiéramos que es así! –dijeron los de Galbarra. –Ya veréis; tiraos –insistió él. Decidieron que se tiraran cuatro a ver si era verdad y para que avisaran al resto: –Vosotros, gritad. Si os han dado vaquería, gritad para que nos tiremos todos –dijeron desde arriba llenos de codicia. Fueron tirándose uno tras otro y, cuando caían, los de arriba oían “tipi, tapa”. Era un buitre que estaba comiendo al pastor que se había cambiado con Periculimalas. Al oír el grito del buitre, ellos pensaron que gritaban los que se habían despeñado y se tiraron todos por la peña, casi todo el pueblo.