ARCHIVO del patrimonio inmaterial de NAVARRA

Iranzu

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  • Denominación oficial:
    Iranzu
  • Tipo de localidad:
    Lugar habitado
  • Censo:
    10 (2014)
  • Extensión:
    0.00 km2
  • Altitud:
    647 m
  • Pamplona (distancia):
    47.00 Km
  • Localidad superior:
    Abárzuza


Monasterio situado en término de Abárzuza, en la Tierra y Merindad de Estella. Figuraba con 5 habitantes en el Nomenclátor de Población de 1858, 3 en el de 1887, 14 en el de 1910, 5 en el de 1920, 64 en el de 1950, 50 en el de 1960, 6 en el de 1970 y 5 en 1981 y 1986.

Pedro de París, obispo de Pamplona, dio a los monjes de Curia Dei, cerca de Orleans, la iglesia de San Adrián de Iranzu, a fin de que levantaran aquí un monasterio donde se observara perpetuamente la vida regular, sometido a la mitra de Pamplona (1176). El mismo año llegó una comunidad cisterciense, presidida por Nicolás, monje profeso y hermano del prelado fundador. Favorecido con exenciones del rey Sancho VI el Sabio y legados del propio fundador, a mediados del siglo XIII poseía bienes en más de ciento veinte poblaciones del reino, distribuidas por las cuatro merindades, y en Álava y Guipúzcoa, según se comprueba por el Libro de las peytas et coylacos o Libro rubro de la abadía, redactado hacia 1257 y ampliado un siglo después. Para entonces los monjes habían adquirido del obispo y los canónigos de Pamplona el monasterio de San Sebastián el Antiguo, en la actual capital de Guipúzcoa, que no tardó en volver al obispado.Obtuvo privilegios de exención de peajes en Castilla, concedidos por el rey Alfonso IX (1200) y confirmados por Fernando III el Santo (1231) y Alfonso X el Sabio (1253). Este último monarca repartió tierras y mercedes entre nobles navarros en Andalucía, y entregó al monasterio casas en Sevilla, «muchas viñas y muchos olivares en la villa que dicen Alocaz», y tierras en el alfarje de Lucena (Córdoba). Se instalaron dos monjes en Alocaz para administrar las nuevas posesiones, pero la inseguridad, las incursiones musulmanas y otras dificultades les obligaron a regresar a Navarra. Estos y otros bienes permitieron a la comunidad construir la pequeña iglesia de San Adrián, recientemente restaurada, el severo templo de Santa María, con testero plano y tres naves cubiertas de bóveda de crucería, las dependencias claustrales y el templo de Santa María la Blanca, de tres naves, del que no quedan vestigios.La cabecera del templo abacial pudo estar acabada al fallecer el obispo fundador (1193), enterrado junto al altar mayor. Durante el reinado de Sancho VII el Fuerte (1194-1234) debió de construirse el resto de la iglesia, continuando las obras del claustro, la sala capitular, el refectorio, la monumental cocina y la cilla. Posteriormente se añadieron otros edificios, como el palacio abacial. Entre los abades de los siglo XIV y XV figuran tres miembros de la noble familia Baquedano. Abandonado tras la exclaustración de la comunidad cisterciense, quedó arruinado el monasterio, restaurado posteriormente por la Diputación Foral. Al incorporarse Navarra a la corona de Castilla tras la conquista de 1512, Iranzu disfrutó y padeció las mismas desventajas y tribulaciones que otros monasterios e iglesias navarras; dejó de verse envuelto en luchas armadas pero permaneció el empeño de algunos linajes aristocráticos de lograr la dignidad abacial para alguno de sus miembros, por la calidad eclesial que conllevaba y por su efectivo y enorme poder económico. En 1513 renunció el abad Domingo de Aoiz en beneficio de Rodrigo de Acedo, frente a las candidaturas de Tristán de Sormendi, Remigio de Lorca y del cardenal Ameneo. Rodrigo de Acedo renunció en 1527 en beneficio de su sobrino Diego de Acedo, monje profeso, con la aquiescencia del emperador Carlos V (IV de Navarra), quien de esta forma inauguraba en Iranzu su intervención en la designación de las máximas jerarquías eclesiásticas. Miguel de Azpilcueta. Aunque algunas de las intervenciones del emperador en otros lugares llevan la impronta de la concesión de una gracia temporal, social, política y económica, más que espiritual probablemente estas mismas experiencias, y en concreto las de La Oliva, indujeron al monarca a limitar el poder económico de los abades, disponiendo que las rentas del monasterio se dividiesen en tres partes (las de Iranzu como las de los demás cenobios navarros y las de los cabildos regulares). Una sería para el abad o prior (abad en el caso de Iranzu, donde existía además la dignidad de prior, por debajo de aquella), otra para el mantenimiento de la comunidad y la tercera para la fábrica del monasterio.La orientación de la ingerencia de la corona cambió no obstante de sentido con Felipe II (IV de Navarra), quien, decidido a emplear su poder para conseguir la reforma de las comunidades religiosas, siguió la política de designar abades que le fueran propicios, navarros o no, como Domingo de Labayen, Martín Juarez de Ezpeleta y Domingo de Astete. La política filipina iba más allá; pretendía desvincular los monasterios cistercienses de los superiores franceses dotándolos de jerarquías españolas y, a ser posible, creando una sola congregación peninsular sobre la base de la que existía ya desde el siglo XV en torno al convento de Valladolid (de donde procedía Astete). Sin embargo, este intento de centralización provocó el rechazo de los monjes navarros y aragoneses, quienes iniciaron los trabajos para formar congregaciones propias. El afán de formar una sólo navarra no salió adelante; en 1616 el papa Pablo V sancionó la creación de la aragonesa «Cesarauaugustana-Tarraconense» autorizando a los navarros a unirse a ella. Pero esto se efectuó con inusitada lentitud; los navarros lo pidieron al rey, en 1624, Felipe IV (VI) lo otorgó en 1631, el capítulo provincial aragonés acordó admitirlos en 1632 y el papa Urbano VIII lo confirmó dos años después.La monarquía no cejó por eso en su empeño; en 1640 Felipe IV (VI) designó abad al castellano Atanasio Cucho, a quien nombraría después sucesivamente abad también de Fitero y La Oliva, provocando uno de los principales enfrentamientos de la época, por la castellanía del religioso y por su actitud autoritaria (sin duda, también por la indisposición de los monjes navarros a doblegarse). Al cabo, los navarros pedirían y, conseguirían que en adelante los abades fueran elegidos de entre ellos. De esta nueva época del cenobio data la presencia de algunos religiosos especialmente cultos como Miguel Alonso Zapater, historiador del monasterio. Como todos los demás españoles, Iranzu fue objeto de la exclaustración decretada en 1835 y de la nacionalización y desamortización consiguientes; aunque el dominio de Tierra Estella por los carlistas les permitió a los monjes permanecer en el monasterio hasta 1839, en que se les obligó a marcharse. Abandonados y derrumbados los edificios en gran medida, fueron restaurados más de cien años después por la Diputación Foral de Navarra y cedidos a los padres teatinos. Aparte de tener asiento en Cortes de Navarra por su condición de abades de Iranzu, algunos de ellos fueron designados, por las propias Cortes, diputados del reino, en concreto el abad Alfonso en 1617; Bernardo García en 1794 y Ramón Luengo en 1800.

El monasterio posee una compleja estructura que sigue muy de cerca el arquetípico modelo racional de toda abadía cisterciense, con dependencias agrupadas en torno al claustro y otros patios, destacando entre los edificios la iglesia abacial, el claustro y las dependencias anejas a él.La cronología del templo y del monasterio en general se fija entre 1176 -fecha de la llegada de los monjes- y el pleno siglo XIII, aunque a fines del siglo XII ya debían estar avanzadas las obras de la iglesia, pues en 1193 el fundador Pedro de París fue enterrado cerca del presbiterio. La planta de aquella responde al tipo más característico de la orden del Císter, con tres largas naves -la central de mayores proporciones-, crucero no destacado en planta y triple cabecera recta. En alzados, destacan los robustos pilares prismáticos a los que se adosan columnas suspendidas con capiteles de hojarasca cisterciense, apoyos que no son los más típicos en las grades abadías, motivo por el cual se ha pensado que fueron preparados para otro tipo de cubierta más pesada. A lo largo de los muros se abren numerosas ventanas abocinadas de medio punto y apuntadas así como un rosetón en el hastial que proporcionan al interior una abundante luz. Como cubiertas se utilizan ojivas con nervios de triple baquetón, cuyos tramos se separan por potentes fajones. Todo ello crea un espacio desarrollado en altura y planta con luz diáfana que permite contemplar el edificio en toda su desnudez, gozando de las propias estructuras, de la arquitectura por la arquitectura, con las paredes limpias y desnudas, como preconizaba el propio San Bernardo. La sacristía se adosó a la cabecera en el siglo XVII y responde a un plan rectangular con alzados de buena cantería y cubiertas de medio cañón con lunetos. Los exteriores muestran los volúmenes precisos con muros de sillares rematados en canes lisos y cornisa que se jalonan con contrafuertes prismáticos. La puerta oculta por la fachada es abocinada, con cuatro arquivoltas apuntadas que apean en columnas con capiteles de flora cisterciense muy esquemática. El claustro adosado al lado de la Epístola del templo se sitúa cronológicamente entre los siglo XII y XIII, aunque no se finalizó hasta el XIV, siglo en el que se completaron las crujías oriental y occidental y se levantó la sur y la fuente. La banda del norte es la más primitiva y los arcos que se cobijan bajo las grandes arcadas apuntadas son parejas de medios puntos; en la occidental se mantiene ese modelo y se inaugura otro que data ya del siglo XIII con arquillos interiores apuntados y, finalmente, la sur muestra cinco arcadas de finísimos maineles que evidencian su cronología tardía. Los capiteles esculpidos son testigos igualmente de la evolución estilística y van desde los que se decoran con sencillos motivos cistercienses a los que incorporan flora vegetal de tipo naturalista. Como cubiertas se utilizan las bóvedas de crucería, en cuyas claves se esculpen diversos motivos, decorativos heráldicos y vegetales. La sala capitular comunica directamente con el claustro por el ala oriental, es de planta rectangular y se cubre por seis tramos de bóvedas de crucería: sus capiteles son de gran sencillez. Otras dependencias como la cocina y el refectorio se abren también al claustro: ambas datan del siglo XIII y para sus obras debían ir destinadas las mandas testamentarias del rey Teobaldo II. La primera es de planta cuadrada con enorme chimenea en el centro y el refectorio medieval en gran parte se halla destinado en la actualidad para capilla. La cillería y otras construcciones de origen medieval también se localizan en el ala occidental y en la meridional del claustro, aunque han sufrido serias transformaciones. El sobreclaustro -desaparecido- se fabricó en las primeras décadas del siglo XVII por Juan de Gorospe, maestro de origen guipuzcoano. En otro patio se encuentra la casa abacial, construcción concebida como un bloque rectangular de dos cuerpos en pleno siglo XIII, aunque se modificó en época barroca. Su fachada tiene un arco apuntado con columnillas de capiteles vegetales y arquivolta exterior de punta de diamante, sobre el que monta un Agnus dei sostenido por cuatro ángeles. Cerca del complejo monástico se localiza la ermita, edificio típico cisterciense de hacia 1200, que consta de una nave cuadrada y ábside semicircular cubierta por bóveda de fuertes nervios de sección pentagonal. Del rico exorno y tesoro que debió pertenecer al cenobio no ha quedado prácticamente nada debido a los acontecimientos del siglo XIX que dejaron al monasterio en la ruina de la que se salvó en la restauración y reconstrucción llevada a cabo por la Institución Príncipe de Viana en 1942. En el presbiterio de la iglesia hay una lauda sepulcral de principios del siglo XVII y en la capilla de la cabecera del Evangelio se venera una talla de San Bernardo del siglo XVIII. La sacristía conserva una pequeña talla de San Francisco de Asís del siglo XVIII que sigue la iconografía granadina. En las afueras de la abadía se localiza un crucero de la segunda mitad del siglo XVI con un Crucificado expresivista en el anverso y la Virgen con el Niño en el reverso.