ARCHIVO del patrimonio inmaterial de NAVARRA

Pamplona

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  • Denominación oficial:
    Pamplona / Iruña
  • Censo:
    196.955
  • Extensión:
    25.00 km2
  • Altitud:
    444 m.
  • Pamplona (distancia):
    0.00 Km



Limita al N con Juslapeña, Ansoáin y Ezcabarte, al E con Villava/Atarrabia, Burlada/Burlata, Egüés y Aranguren, al S con Galar y al O con Cizur y Olza.
Está situada en una depresión prepirenaica (la «Cuenca», por antonomasia) que la erosión del Arga y sus afluentes excavó en las margas del Eoceno y tiene un clima y una vegetación de tipo submediterráneos, es decir, con características intermedias entre las atlánticas y las mediterráneas, entre la Navarra húmeda y la Navarra seca
Dentro de la Cuenca, que es también una importante encrucijada de comunicaciones naturales con Francia y el Pirineo, con el País Vasco y la Depresión del Ebro, la ciudad propiamente dicha, heredera de una aldea vascona, nace sobre una terraza del Arga, allí donde este río describe un meandro, para desempeñar primero una función militar, defensiva, a la que más tarde se irían añadiendo las funciones comercial, artesanal, administrativo-política e industrial y los servicios de todo tipo. La Pamplona moderna es un hecho reciente.

El crecimiento retrasado se debe, en parte, al aislamiento en que queda respecto de la red principal de ferrocarriles y carreteras, y a la política económica seguida por la Diputación. Se basa ésta fundamentalmente en la mejora de la red de carreteras y en el desarrollo de la agricultura. Lo primero repercute en la creación de una densa red de autobuses y de flotas de camiones para el transporte (provincial y nacional); lo segundo en un enriquecimiento provincial (gran mercado vasco para los productos agrícolas) y sobre todo del comercio de Pamplona. Las pocas industrias que surgen en los últimos años del siglo XIX y primer tercio del siglo XX se relacionan con la agricultura. El crecimiento de la población -moderado- hizo necesaria la expansión de la ciudad fuera del recinto amurallado: se construyeron el I ensanche (comenzado en 1888) y sobre todo el II ensanche (iniciado en 1915), que se terminaría en el período siguiente.
A partir de los años 50, a la actividad del transporte se añade la de la construcción de obras, que salen también fuera del marco provincial. Surgen así una mentalidad nueva, algunos capitales y mano de obra adecuada, lo que se plasmaría en la creación de una serie de industrias motoras del desarrollo: nace el Grupo Huarte, la industria auxiliar del automóvil (que conduciría más adelante a la creación de AUTHI), la gran industria de conservas cárnicas, la de aparatos electrodomésticos etc. Estas industrias están apoyadas por capital y técnicos vascos y extranjeros. A consolidar este impulso tienden, en los años 60, la política de polígonos industriales iniciada por la Diputación en 1964 (para Pamplona, el de Landaben) y el efecto «spread» de la industria vasca. Paralelamente se produce el enriquecimiento de los servicios y la afirmación de Pamplona como centro provincial y, en algunos aspectos, regional, gracias a la creación de la Universidad de Navarra en 1953 (diversas facultades y centros humanísticos, científicos y técnicos) y de varias escuelas profesionales y técnicas, al florecimiento de la banca, de los servicios hospitalarios, de los hoteles, etc.

El casco antiguo sigue fiel al plano medieval; es la ciudad histórica y monumental. En su límite están la Plaza del Castillo (corazón urbano), el Paseo Sarasate y una serie de jardines y espacios verdes (Vuelta del Castillo, Taconera) que le separan de los ensanches.
El II y III ensanches son los más importantes. El II se traza en forma de damero (como los de tantas ciudades europeas); está ya íntegramente terminado a mediados de los cincuenta. El III, en vías de ejecución avanzada a fines de los setenta, es una mezcla de ciudad cerrada y «open planing». La corona submetropolitana está formada por una serie de nuevos barrios y de aldeas del área suburbana en proceso de rápido crecimiento durante los años 60. Se mezclan en esta corona las realizaciones urbanísticas ordenadas (Chantrea, Barañáin, San Jorge, Orvina) con las anárquicas. Esta área se prolonga en los municipios periféricos. Se trata de barrios bien equipados (sociedades y centros deportivos, comercios, lugares de recreo, parques infantiles), aunque con excesiva densidad de población.
El «zoning» industrial es espontáneo a lo largo de las carreteras más importantes: Guipúzcoa, Francia, Zaragoza y Logroño. Y dirigido: polígono de Landaben (170 Ha), modelo en su género, creado en parte para descentralizar y descongestionar la industria de la ciudad central y de la periferia, y sobre todo para cobijar a nuevas factorías.

Hasta fines de los años cincuenta el Casco Viejo continúa siendo el centro terciario de la ciudad. A partir de mediados de los cincuenta comienza un débil proceso de reducción funcional, se acelera el de sustitución social iniciada con la construcción del II ensanche, y se empieza a apreciar el proceso de envejecimiento demográfico.
Además del patrimonio religioso, el casco cuenta con un patrimonio cultural y educativo de notorio valor arquitectónico: museo, escuelas universitarias de Formación del Profesorado y de Administración de Empresas, Ateneo Navarro, Institución Príncipe de Viana, bibliotecas y archivo; es interesante el antiguo Hospital Militar; y el rehabilitado mercado de construcción novecentista. El ayuntamiento, de bella fachada barroca, se halla en la confluencia de los tres sub-planos citados. El comercio y el esparcimiento están representados, junto con servicios diversos de oficinas y otros, por cerca de 150 funciones. Las actividades se hallan localizadas sobre todo en la zona de contacto con el II ensanche.

Desde el punto de vista formal la primera fase del II ensanche refleja procesos de sustitución de edificios residenciales por otros de destino funcional que han densificado el tejido en los ejes viarios de mayor accesibilidad. La sobrecarga funcional alcanza su máxima intensidad en el triángulo comprendido entre la Plaza del Castillo y las dos plazas circulares de la Avenida de Navarra. Aquí está el centro comercial, administrativo y de negocios de Pamplona. Predominan los edificios multifuncionales y entre los unifuncionales destaca el Palacio de Navarra y algunas entidades financieras. En la segunda fase aumenta la edificabilidad y las densidades residenciales, el comercio es la función principal, aparecen además sectores especializados en transporte y en la enseñanza. En los últimos años se observa una difusión de las funciones centrales en dirección al Oeste, lo que se debe a factores de accesibilidad: estación regional de autobuses, aparcamientos periféricos, apertura de la Avenida del Ejército que facilita la conexión del centro con el sector del III ensanche o barrio de San Juan, el más poblado entre los de reciente creación.
En las tres unidades que forman la ciudad central la población desciende en el Casco Viejo (14.823 habitantes, la mitad de la que tenía en 1950) y con menor intensidad en los I y II ensanches (27.221 habitantes en 1981, un 13% menos que en 1970 en que empieza el declive demográfico. La tasa de envejecimiento es más elevada en el Casco Antiguo (21% de mayores de 65 años) que en los ensanches (17% idem). El espacio social se caracteriza por el predominio de obreros, artesanos y empleados de servicios en el casco, mientras en los ensanches se mezclan las clases medias tradicionales con las nuevas, estas últimas sobre todo localizadas en la segunda fase o en algunas plantas de edificios de sustitución de la primera fase.

El III ensanche es un resultado del Plan General de 1957, que se consolida primero en el barrio de San Juan y circunvalación, y posteriormente en el barrio de Iturrama. Ambos están separados por un eje de acceso a la ciudad, la Avenida de Pío XII y articulados por la Avenida de Bayona, paralela a la anterior, y por una arteria transversal que los vincula -Sancho el Fuerte, sobre el antiguo itinerario del ferrocarril del Irati- y por otra también transversal que actúa como eje principal en Iturrama. La estructura es de mezcla de ciudad cerrada y abierta, predominando el bloque sobre la manzana, y extremadamente densa. Por su conexión con la ciudad central, San Juan se ha convertido en un sub-centro funcional, primero de esparcimiento y después de comercio y oficinas, al menos en los ejes más accesibles. La proximidad a la Universidad de Navarra ha sido también factor de terciarización, especialmente en el barrio de Iturrama, a pesar de su mayor distancia real al centro urbano. En 1981 contaba San Juan con 32.209 habitantes y una estructura social variada que yuxtapone a las nuevas clases medias con los grupos de categorías intermedias y obreros, estos predominantes en unidades construidas antes del Plan (Martín Azpilicueta, con un subejecomercial; y casas de Eguaras). Iturrama tenía en el mismo año 24.001 habitantes y una estructura social más homogénea caracterizada por las nuevas clases medias.

En torno a la ciudad central se extiende una corona discontinua de barrios residenciales y sectores industriales o de servicios. El primer barrio periférico surgió en torno a la estación de ferrocarril (año 1864), que aglutina además el primer sector industrial moderno (abonos, maquinaria agrícola). En los años cuarenta y cincuenta surgen la Chantrea y Echavacoiz, ambos muy alejados del centro, al norte y al sur respectivamente; también de esta época es la Milagrosa, adosado al centro en el talud de terraza que da al Sadar, donde se encuentra el campus universitario. En los años sesenta las pautas de localización sobre fondos o taludes de valle se afirman, siendo la baja terraza del Arga el emplazamiento más utilizado por la expansión. Así se crea una franja norte del río Arga, de destino social modesto -mayoría de obreros y empleados- y de áreas y sectores industriales o de mezcla entre industria y residencia. Los accesos, el polígono de Landaben, y la avenida de Marcelo Celayeta que articula la franja paralela al río Arga, localizan buena parte de la nueva industria de Pamplona. En los accesos del mediodía se instalan también industrias de forma más aislada. Los dos últimos barrios construidos en la mitad meridional son Barañáin y Ermitagaña, el primero de estructura de bloques y alta densidad; el segundo, de concepción neorracionalista, menores densidades y buena calidad urbanística. Ambos son unidades de mezcla social. En el año 1981 la población de esta corona de barrios era la siguiente: Echavacoiz, 4.620 habitantes; Milagrosa, 21.502; Chantrea, 15.797; Rochapea, 20.036; San Jorge, 10.360 y Orvina, 8.653.

 

Heráldica municipal

Carlos III el Noble, al otorgar a Pamplona el privilegio de la Unión, el día 8 de septiembre de 1423, dispuso en el capítulo decimoquinto cuáles habían de ser las armas que usase la ciudad: «...Todo el dicto pueblo de nuestra dicta Muy Noble Ciudat de Pamplona, unido como dicto es, aya a auer un sieillo grant et otro menor para contra sieillo. Et un pendon de unas mermas armas, de las quoalles el campo sera de azur; et en medio aura un leon passant, que sera dargent; et aura la lengoa et huynnas de guenlas. Et alderredor del dicto pendon aura un renc de nuestras armas de Nauarra, de que el campo sera de guenlas et la cadena que yra alderredor, de oro. Et sobre el dicto leon, en la endrecha de su exquina, aura en el dicto campo del dicto pendon una corona real de oro, en seynnal que los reyes de Navarra suelen et deuen ser coronados en la eglesia Catehedral de Sancta María de nuestra dicta Muy Noble Ciudad de Pamplona».

Casa Consistorial

Se comenzó a construir en 1752 sobre el solar de la que existió anteriormente y se inauguró en 1760. Es un amplio edificio exento construido en piedra y ladrillo. La fachada principal consta de tres cuerpos, adornados en los tres estilos clásicos: dórico, jónico y corintio respectivamente. Lo rematan un ático y frontón saliente, con estatuaria y una balaustrada de piedra con amplias volutas en sus extremos.
La Casa Consistorial anterior, ubicada en el mismo sitio, existía ya en 1483. Fue un auténtico símbolo visible de la unión de los tres burgos propiciada por el Privilegio de la Unión dictado por Carlos III el Noble, ya que se levantó en el foso existente entre las antiguas murallas de los tres barrios que fueron derribadas con la aplicación del Privilegio. El Ayuntamiento está regido por alcalde y veintiséis concejales.

Historia

Se han localizado asentamientos protohistóricos en el propio núcleo urbano, en Santa Lucía y en el Soto de Lezkairu. En un lugar no bien determinado se encontraron tres hachas metálicas de la Edad de Hierro. (Pompaelo).
Por su emplazamiento en un cerro sobre el Arga, apto para controlar y organizar la cuenca prepirenaica de su periferia inmediata, el primitivo núcleo habitado fue quizá uno de los puntos de escala y apoyo de las migraciones célticas hacia la Península hispánica. En todo caso, consta con seguridad que en el invierno de los años 75 a 74 antes de Cristo sirvió de campamento a la milicia del general romano Pompeyo, considerado luego por ello fundador de Pompaelo, nombre sin embargo de dudoso origen. Bajo el imperio de Roma se consolidó la población y fue ampliando sus funciones como encrucijada de caminos y cabeza de comarca.
Mansión notable del eje occidental de relación transpirenaica entre las provincias galas e hispanas, quedó conectada además con la costa cantábrica a través de la vía que conducía hasta Oiasso (hacia Oiartzun o Pasajes). Por otra parte, dos rutas la enlazaban con la gran arteria que remontaba el curso del Ebro: una llegaba directamente desde Caesaraugusta (Zaragoza), la otra desde las cercanías de la actual Logroño. Se conformó así -incluso con un ramal intranspirenaico hasta la cabecera del río Aragón, en tierras jacetanas- un sistema regional de comunicaciones centrado en Pamplona desde los comienzos de nuestra era.
Las excavaciones arqueológicas han puesto en evidencia el recinto y la infraestructura de un polo urbano dispuesto según pautas romanas sobre el solar del actual sector catedralicio de la Navarrería, con su foro, sus termas y demás servicios. Los hallazgos de mosaicos, esculturas, cerámicas y monedas corroboran la escasa información escrita conservada. Esta muestra del ascenso de Pompaelo desde su condición de centro de convocatoria de perfiles todavía tribales, civitas estipendiaria -como la cataloga Plinio el Viejo-, hasta su madurez en el siglo II como respublica o municipio romano, con sus duoviros y magistraturas locales y el correspondiente pagus o lógico ámbito rural de su dependencia.
Las primeras incursiones germanas a través del Pirineo debieron de arruinar pasajeramente y encoger la población, hacia el año 275, en época próxima tal vez a las primeras conversiones a la fe cristiana, propagada por legionarios, comerciantes, y funcionarios. Aun prescindiendo de las tradicionales indemostrables que bastantes siglos después alimentaron piadosamente el culto de los santos patronos Saturnino y Fermín, consta fehacientemente que en el siglo VI alojaba Pamplona la sede de un distrito episcopal comprensivo de gran parte del antiguo solar hispano de los Vascones. Al compás del proceso general tardorromano de ruralización socioeconómica, la irradiación urbana pamplonesa había ganado los espacios comarcales contiguos, como las antiguas civitates de los «illuberritanos» hacia oriente y los «aracelitanos» hacia poniente.
Su cinturón fortificado, y también la capacidad de movilización de ejércitos privados entre los siervos de las villae y los latifundios de la aristocracia en las fértiles cuencas circundantes, desempeñaron papel importante en la cobertura romana del Pirineo occidental que, sin embargo, se fracturó y abrió los caminos de Hispania a los invasores alanos, vándalos y suevos (409). El propio emperador Honorio había elogiado y alentado en tales circunstancias a su «milicia» de Pamplona.

Los visigodos debieron de controlar la ciudad desde que el rey Eurico dispuso hacia el año 472, la ocupación permanente de la provincia Tarraconense. Fue hasta el 507 nudo esencial de la corriente migratoria goda desde los asentamientos de la Aquitania segunda o atlántica hacia los campi Gothorum y la cuenca del Duero. Luego debió de servir de primer bastión frente a las ofensivas franco-merovingias -como las de los años 541 y 631- y, al mismo tiempo, puesto clave de las operaciones de policía organizadas con frecuencia contra las bandas depredadoras nutridas por los periódicos excedentes de población de los vecinos valles y montañas de economía deprimida. Una necrópolis parece acreditar la continuidad de la presencia visigoda en la ciudad. Por otra parte, sus obispos se hacen oír esporádicamente -como los de otras sedes igualmente excéntricas- en las asambleas conciliares de Toledo: Liliolo en el año 589, Juan en el 610, Atilano en el 683 y Marciano en el 693, los dos últimos representados por el diácono Vincomalo. Inclinados probablemente a favor de Agila II, hijo del rey Vitiza, como gran parte de la región Tarraconense -opuesta al nuevo soberano Rodrigo-, los cabecillas pamploneses debieron de capitular sin dificultades ante los musulmanes en cuanto éstos señorearon hacia el año 714 la cuenca del Ebro. En esta época la antigua organización municipal del espacio había sido definitivamente sustituida por un régimen basado en el prestigio y los poderes fácticos de la nobleza local, dueña de grandes heredades y usurpadora probablemente de derechos y «villas» fiscales. Sus miembros, interlocutores válidos ahora ante los representantes del soberano cordobés, conservaron su religión cristiana y una gran libertad de acción. Por esto, no es raro que en los momentos de aparente debilidad del poder establecido suspendieran la entrega del tributo pactado como signo de sumisión al Islam.

Parece que, para bloquear seguramente los accesos desde la Galia, el emir Uqba instaló una guarnición en Pamplona (734). La ciudad tuvo que ser reocupada por Abd al-Rahman I (781) tras la famosa expedición de Carlomagno hasta Zaragoza. El gran monarca franco tal vez había sido acogido favorablemente por la aristocracia local, aunque en la retirada había desmantelado las defensas del oppidum pamplonés (778) para dificultar sin duda la reacción de los musulmanes. La nueva ofensiva carolingia, generalizada a comienzos del siglo IX por todo el reborde meridional de la cordillera pirenaica, afectó también a las tierras de Pamplona. El propio Luis el Piadoso, todavía rey de Aquitania, compareció en la ciudad (812) y proyectó convertirla en un condado franco. Pero poco después una enérgica contraofensiva andalusí malogró en sus inicios el efímero cambio de soberanía (816). Tornaron a la obediencia de Córdoba los linajes dominantes de la alta Navarra, respaldados por sus congéneres de la ribera, los Banu Oasi, convertidos un siglo atrás a la fe de Mahoma.Es muy posible que durante todo el siglo VIII no se interrumpiera en Pamplona la sucesión episcopal. Constan al menos para la siguiente centuria los prelados Opilano, en el año 829, y Wilesindo, hacia 848-851, ambos con nombre de clara raigambre goda. Esta permanencia de la jerarquía cristiana, la floración monástica coetánea, acreditada en Leire, Igal y Urdaspal, los alientos mozárabes transmitidos a mediados de siglo por San Eulogio y, sobre todo, el decidido despliegue de la monarquía ovetense pueden explicar el progresivo desarrollo de un espacio político en torno a Pamplona, impulsado por la familia del clan nobiliario más afortunado en las confrontaciones armadas con los agentes del soberano cordobés. A comienzos del siglo X coagula definitivamente un verdadero reino pirenaico-occidental que toma su nombre de Pamplona, capital eclesiástica del territorio nucleador de la nueva monarquía. Incluso los miembros de la nobleza armada hereditaria van a ser los milites Pampilonenses por antonomasia.
Las expediciones de castigo, primero, y de intimidación después, condujeron a los ejércitos musulmanes en diversas ocasiones hasta Pamplona. Abd al-Rahman III, por ejemplo, arrasó completamente (924) su caserío y su iglesia, la primitiva catedral sin duda. Por ello, cuando con Sancho el Mayor se encastilló la raya fronteriza, que bloqueó los accesos hacia el interior de la Navarra nuclear, la ciudad había quedado reducida a una menguada aglomeración campesina, colocada además bajo el señorío temporal del obispo. Sólo a finales del propio siglo XI iba a empezar a recobrar su fisonomía urbana como consecuencia del asentamiento de inmigrantes «francos», favorecido por Sancho Ramírez, «rey de los Pamploneses» (1076), en el marco de una política de potenciación general -demográfica, económica, social y religiosa- de sus dominios, en particular siguiendo los tramos residuales de la antigua red viaria, reanimados pronto por el espectacular movimiento de las peregrinaciones a Compostela. Amén de rescatar en parte su primitiva función de escala obligada de una de las grandes rutas transpirenaicas, Pamplona se iba a erigir un nudo principal del tráfico mercantil a través de Navarra, como demostrarán pronto las utilidades del derecho de peajes que algunos se avinieron a compartir con el obispo.

La primera oleada migratoria conformó el «burgo» de San Saturnino o San Cernin, a cuyos pobladores extendió (1129) Alfonso I el Batallador el fuero de Jaca. Provenían mayoritariamente de la región tolosana, como sugiere la advocación de su iglesia, que dio nombre a la nueva planta urbana, de contorno pentagonal según J. M. Lacarra, hexagonal para J. J. Martinena Ruiz, puntual estudioso de la topografía medieval pamplonesa. Mercaderes, cambiadores de moneda y artesanos cerraron filas en un núcleo hermético, restringiendo severamente la incorporación y las actividades de vecinos de diferente condición social -nobles o infanzones, clérigos, villa¬nos o «navarros»-, que podían alterar la armonía jurídica y económica de la pujante comunidad. Hacia mediados del mismo siglo XII se había yuxtapuesto al sur del «burgo viejo» otra «población» con forma de bastida, la de San Nicolás, dotada también del estatuto jacetano de franquicia, aunque menos impermeable ya en la recepción de nuevos vecinos; por otra parte, éstos debían abonar a la instancia señorial directa -en este caso el arcediano de la tabla- un censo anual por razón del solar que ocupaban. Un fuero semejante se otorgó finalmente (1189) a la arcaica «ciudad», a la que algunos textos oficiales habían aplicado en ocasiones la denominación vascónica de Iruña; acabó llamándose Navarrería, en referencia probable a la anterior condición villana de la mayoría de sus pobladores, siervos de la mitra.
A mediados del siglo siguiente se había completado la infraestructura topográfica de la conurbación pamplonesa, que alcanzaba entonces probablemente su máxima cresta demográfica medieval, unos 1.500 fuegos. La Navarrería había generado un pequeño burgo contiguo, el de San Miguel, hacia el sector de más densa ocupación canonical, y cobijaba en el lado contrario la aljama judía; en la extremidad opuesta a la iglesia de San Cernin se había alzado la de San Lorenzo y, junto a ella, sobre tierras del mercado del burgo se había concentrado una «pobla nova» de labradores y callejero, por tanto, vascuence. Aparte de los recelos del clero secular y otros motivos de índole religiosa, quizá puede deberse a la saturación del recinto habitado el emplazamiento extramural de los conventos fundados en el propio siglo XIII -Franciscanos, Clarisas, Predicadores, Mercedarios, Antonianos-, muestra por otro lado de la prosperidad de la burguesía pamplonesa, en particular la de San Cernin; sus cambiadores, concentrados en la rúa Mayor, extienden sus operaciones de banca más allá de los límites del reino, amasan cuantiosas fortunas y disfrutan más o menos soterradamente notoria influencia política.

Cada una de las entidades nacidas al compás del desarrollo urbano configuró un municipio diferenciado, con sus propios concejos y jurados, su alcalde o juez y el oportuno representante del señor de la ciudad -el obispo-, oficial denominado «amirat» en San Cernin y San Nicolás, y «preboste» en la Navarrería. En estas circunstancias no debe sorprender que la coexistencia entre los distintos núcleos se hiciera con frecuencia incómoda e incluso violenta, por las fricciones personales o de grupos, la emulación económica y la fragilidad de la autoridad episcopal que propició las ingerencias de los monarcas, atentos además a sacar partido de unos rendimientos pecuniarios imprevisibles en la época ya remota de dejación de la jurisdicción temporal. Baste recordar la lucha cruenta del burgo contra la población y la ciudad, solventada por Sancho el Fuerte y su hijo el infante-obispo Ramiro (1222) mediante una paz exculpatoria de los agresores, los de San Cernin; el prolongado pleito entre el rey Teobaldo I y el prelado Pedro Jiménez de Gazólaz; el fracaso de la unión de 1265, pronto anulada por Enrique I; la manipulación nobiliaria del enfrentamiento de San Cernin y San Nicolás, soldados en un solo concejo, contra la Navarrería, arrasada por las tropas francesas (1276) como reducto ocasional de las fuerzas reacias a la sucesión de la dinastía capeta sobre el trono navarro. Fracasados los proyectos de 1255 y 1281 para la implantación de un condominio sobre el conjunto urbano y tras largas negociaciones, el obispo acabó renunciando a la jurisdicción temporal (1319) a cambio de algunas compensaciones económicas.

Aunque a partir de 1162 el antiguo título oficial de «rey de los Pamploneses» fue sustituido por el de «rey de Navarra», Pamplona siguió vinculada a los orígenes del reino y su obispo fue siempre el primer magnate de la curia regia. «Pamplona es como un espejo en el reino, pues es la única ciudad, y por tanto deseada por todos los reyes», reconocía en 1281 el obispo Miguel Sánchez de Uncastillo; como «cabeza de nuestro reino de Navarra» la definiría más adelante (entre 1366 y 1382), por ejemplo el monarca Carlos II. En su catedral de Santa María debía consagrarse, según fuero, el nuevo soberano. Y aunque como casi todos los reyes medievales, los de Navarra fueran también itinerantes y dispusieran de varias mansiones, es lógico que fijaran sus ojos en Pamplona, la única sede episcopal propia desde que en la segunda mitad del siglo XII se define el contorno geopolítico de la monarquía. No debe atribuirse a mero capricho la edificación por Sancho VI el Sabio en la Navarrería del palacio real de San Pedro (1189), «con su capilla, su hórreo y cellario..., su era y su pajar». Aunque Sancho VII el Fuerte lo dio al obispo García Fernández (1198), el prelado Pedro Jiménez de Gazólaz lo restituyó a Teobaldo I en un convenio (1255) pronto anulado por el papa Alejandro IV. De la cesión de la jurisdicción temporal sobre Pamplona se excluyó curiosamente el palacio; sólo después de diversas reclamaciones y alternativas, incluidos momentos de utilización conjunta («la casa del obispo, donde se alojaba el rey», se escribía en 1418), el papa Martín V dispuso su entrega definitiva a la Corona (1427).

El rey Carlos III había acabado con los últimos roces de los concejos pamploneses al promulgar el denominado «Privilegio de la Unión» (8 de septiembre de 1423) que fundía aquellos en un solo municipio, con diez jurados (cinco por San Cernin, 3 por San Nicolás y 2 por Navarrería), un solo alcalde o juez ordinario y un único «justicia», que sustituía incluso en su denominación a los antiguos almirantes y preboste. Había además un estatuto jurídico común, el Fuero general. Y la ciudad, calificada ya de «muy noble», dispondría en adelante de su emblema definitivo, el blasón con león de plata rampante sobre campo de azur, y la corona para significar que la catedral pamplonesa era lugar tradicional de coronación de los monarcas. La reconstrucción de la Navarrería no empezó hasta 1319. Una parte de sus ruinas habían servido para edificar el castillo del rey (1308) y poco antes se habían iniciado las obras del nuevo claustro catedralicio. No tardó, sin embargo, en llegar para Pamplona, como para todo el reino, un prolongado período de crisis, agudizada por la Gran Peste (1348) y las sucesivas epidemias de 1362, 1383, 1400-1401, 1412, 1429 y 1442. La regresión demográfica se hace patente en 1366: el complejo urbano apenas alberga un millar de familias, el 46% en San Cernin, el 36% en San Nicolás y un 18% en la Navarrería. El excedente de solares abandonados quizá explique en parte la ubicación intramuros de las nuevas fundaciones religiosas, como los conventos Agustinos y Carmelitas. Previsoramente Carlos II consolida el recinto amurallado, que algunos años después resiste el asedio de los castellanos (1378), cuyas tropas talan todos los campos del contorno pamplonés.

Cuando la población parecía recuperarse ya, siquiera con lentitud, como denotan los casi 1.400 fuegos de 1428, no iba a tardar en verse seriamente complicada en las guerras civiles desatadas bajo Juan II. Frecuentada por el príncipe Carlos de Viana, como gobernador y lugarteniente general del reino, su «muy noble y leal» Pamplona se convirtió en el principal foco del bando beaumontés, que en ella convocó Cortes generales para proclamar rey al príncipe (1457), sofocó violentamente una conjuración agramontesa (1471) y desafió impunemente a la lugarteniente Leonor. Sólo mediante concesiones consiguió la regente Magdalena que fuera reconocido en la ciudad su nieto Francisco Febo (1481), y los reyes Catalina y Juan III de Albret pudieron coronarse (1494) tras su compromiso de vedar los cargos e incluso la entrada en la ciudad a los agramonteses. Con todo, a finales de siglo, se edificó la nueva casa consistorial o «de la jurería» donde había dispuesto Carlos III, Arnaldo Guillermo Brocar montó una imprenta (1490) y la antigua sinagoga mayor se convirtió en estudio de gramática (1499).

En la festividad de Santiago de 1512, los jurados entregaron las llaves de la ciudad a Fadrique Toledo, duque de Alba, y los pamploneses aceptaron como nuevo soberano a Fernando el Católico a cambio del juramento de sus fueros y libertades.
Se alzó enseguida un nuevo castillo, que no pudo resistir la contraofensiva de Enrique de Albret (1521); en sus muros cayó herido Iñigo de Loyola; mas los castellanos no tardaron en recuperar la ciudad.
Desde la incorporación del reino a la corona de Castilla, Pamplona se consolidó como capital política de Navarra. En ella se celebraron 55 de las 78 sesiones de las Cortes generales reunidas en lo sucesivo hasta las últimas de 1828-1829. Fue sede del virrey, que en 1539 se instaló en el «palacio viejo» (de San Pedro), y abandonó el castillo, sustituido por otro hacia el solar actual de la Diputación. Se habilitó un nuevo edificio para el Real Consejo, y la Cámara de Comptos, radicada en Pamplona desde su organización por Carlos II, halló en la calle de las Tecenderías asiento definitivo hasta su extinción.
La construcción de la ciudadela desde 1571 y el reforzamiento ulterior del recinto amurallado comunicaron a Pamplona el carácter de plaza fuerte, organizadora de las defensas de la frontera pirenaico-occidental.
A mediados del siglo XVI albergaba casi dos millares de familias. Habían concluido las obras de la nueva catedral gótica, iniciadas en 1394 tras el hundimiento de la nave central de la románica edificada en los comienzos del siglo XII. Los conventos de la Merced, Santo Domingo y San Francisco se inscribieron entonces en el casco urbano, modelado aprovechando los espacios medianeros de los antiguos núcleos. Entre finales del mismo siglo y comienzos del XVII se establecieron los Jesuitas, Trinitarios y Capuchinos. El arcediano Ramiro de Goñi había fundado ya el Hospital General de Nuestra Señora de la Misericordia, patrocinado por el «Regimiento». Los antiguos «jurados» municipales habían tomado la denominación castellana de «regidores»; renovaron las ordenanzas y los cuadros del gobierno local y diversificaron e incrementaron sus recursos tributarios. Se amplió el radio de las actividades mercantiles, se renovaron las cofradías profesionales y artesanas, florecieron los talleres artísticos, como el del escultor Juan de Anchieta (1578) y el tiempo fue borrando la memoria de las anteriores facciones y antagonismos internos.

La peste bubónica de 1599 y, sobre todo, las repercusiones locales de la crisis general de la monarquía de los Austrias explican el estancamiento y aun la merma de población, que en 1646 sumaba poco más de 1.899 familias. Al pronunciarse a favor de Felipe V (1700), se libró Pamplona de los estragos de la Guerra de Sucesión, pues las tropas del archiduque de Austria sólo lograron llegar hasta Aoiz y Urroz. Con la paz se reanudó el crecimiento demográfico hasta las 14.000 almas de 1786. Encerrada entre murallas, la ciudad fue ganando en altura. Se inaugura en esta centuria la primitiva Casa de Misericordia (1706), se remozan algunas mansiones nobiliarias, el palacio episcopal (1732-1736) y el seminario de San Juan (1734), se construyen el nuevo palacio consistorial (1752) y las capillas de San Femín en la iglesia de San Lorenzo y de la Virgen del Camino en la de San Cernin, y se edifica la sacristía de la catedral, dotada además de su nueva fachada neoclásica (1783). Se realiza coetáneamente las obras de alcantarillado (1772) y la conducción de aguas desde Subiza a través del acueducto de Noáin (1790), se diseñan en el interior fuentes monumentales, se instala una red de alumbrado (1799) y se rotulan y numeran las calles, cuyas viviendas experimentan importantes remodelaciones.

Durante la Guerra de la Independencia albergó tropas francesas que habían capturado por sorpresa la ciudadela (16.2.1808) y que, en las postrimerías del conflicto, resistieron tenazmente un asedio de cuatro meses. Más adelante, la guarnición militar se alzó prontamente a favor de la constitución de Cádiz (11.3.1820), se sucedieron las conspiraciones absolutistas y los disturbios y la ciudad estuvo cercada durante medio año por los realistas hasta su rendición (17.9.1823). Con todo, Fernando VII le concedió el galardón de «Muy Heroica».
Constituida Navarra en provincia (1833), Pamplona siguió como capital, asiento de la Diputación Foral -como antes de la Diputación del Reino-, residencia del delegado del gobierno central (jefe político y desde 1849 gobernador civil), con audiencia territorial desde 1836 y una capitanía general convertida luego (1893) en gobierno militar.
En las guerras carlistas fue Pamplona santuario inviolable del régimen liberal. Se proclamó a Isabel II (2.3.1834), se impuso la corriente de opinión de la burguesía local y la ciudad resistió el primer bloqueo enemigo, que se repetiría con mayores penalidades y duración cuarenta años después (1873-1874). Con la desamortización de bienes eclesiásticos, se edifican el Teatro Principal (1841) y el Palacio de la Diputación sobre solares del convento de Carmelitas; el convento de Santo Domingo se convierte en Hospital Militar (1841), y el de San Francisco en escuela; otros, como el de la Merced, se transforman en cuarteles. Se construye la primera plaza de toros de fábrica (1843), se funda un Instituto de Segunda Enseñanza (1842) y se abre la estación de ferrocarril (1860).
Ante el intento de supresión del convenio económico foral por el ministro Germán Gamazo, la ciudad es teatro de una magna concentración de navarros en defensa de sus derechos históricos (4.6.1893) y, como simbólico testimonio de la «Gamazada», se labra el Monumento a los Fueros, concluido en 1903.
La evolución del carácter castrense de la plaza había permitido ya la edificación del «primer ensanche», con el Palacio de Justicia (1890-1898) y los nuevos cuarteles, preludio de las sucesivas ampliaciones del recinto medieval y la espectacular mutación de la ciudad contemporánea desde los años veinte y, especialmente, desde los inicios de la segunda mitad del siglo XX. 

Evolución urbana

1. Configuración externa de la ciudad en 1512.

El cerco amurallado reforzado con múltiples torreones, presentaba el siguiente aspecto:
Frente de poniente: en el vértice NO de la ciudad, hoy plaza de la Virgen de la O, la torre y puerta de Santa Engracia, sobre el barrio del mismo nombre, después Rochapea. Apoyada en el desnivel sobre la cuesta más tarde denominada de la Estación o del Portal Nuevo, una cortina amurallada protegía al antiguo burgo de San Cernin hasta alcanzar la puerta de San Llorente o San Lorenzo, amparada y protegida por el bastión de la iglesia-fortaleza del mismo nombre. Desde ésta, hasta la puerta de la Traición o de las Zapaterías, cerca del final de la calle de San Antón, se alzaba la torre de María Delgada que conservaban los calabozos de reos de muerte y los potros y herramientas de suplicio. Muy cerca se erguía el doble cubo de la Torredonda o Torredondas en el ángulo SO de la Plaza.

Frente sur: a partir de la Torredonda o Torredondas, que era una torre doble, la externa más pequeña que la interna y ambas adosadas, la muralla corría en dirección E por donde se estira la actual acera N del Paseo de Sarasate. Al llegar debajo de la iglesia-fortaleza de la población, se abría el portal o puerta de San Nicolás. Más adelante otra puerta más sencilla y modesta daba entrada al barrio de los Triperos, la puerta de la Tripería cuya situación coincidiría con la actual salida de la calle de las Comedias al Paseo de Sarasate. A pocos pasos, una amplia explanada, que se extendía desde las murallas de la población hasta las de la Navarrería. En este descampado se erguía, hasta contactar con las murallas de la Navarrería, un castillo medieval construido entre 1308 y 1310 por el rey Luis el Hutín. Al SO de esta fortaleza estaba el convento de Santiago de la Orden de Predicadores, construido en la segunda década del siglo XIII. Tres siglos más tarde en el solar del cenobio se construyó el Palacio Foral de Navarra. A la izquierda quedaba la plaza de armas del castillo, anteriormente prado de la procesión de los padres Predicadores. Por el lado S de la ciudad de la Navarrería, y en el primer tramo, daba acceso al barrio de las Carpinterías de la Navarrería, la puerta de la Tejería. Desde ese punto una pendiente suave descendía hasta el Arga; en la mitad del trayecto, la muralla terminaba en el vértice SE de Pamplona, ocupado por un gran cubo o torre, la de Caparroso.

Frente oriental: este flanco se asomaba al barrio de la Magdalena, topónimo debido al lazareto levantado al otro lado del puente. La muralla se extendía desde el cubo de Caparroso hasta el vértice NE de la plaza, en el cual se levantaba la torre del Tesorero, cubo de la Tesorería, también torreón de la Moneda, nombres dados por su proximidad a la Tesorería, ubicada en el barrio de la Canonjía.

Frente norte: El costado norte, cara al monte de San Cristóbal y en gran parte sobre el río Arga, se prolongaba desde la torre de la Tesorería hasta la de Santa Engracia. En él se abrían dos puertas: la del Abrevados (después de Francia y de Zumalacárregui), al final de la calle de los Peregrinos antes de San Prudencio; -hoy del Carmen- y la de Jus o Ius la Rocha, posteriormente vasconizada con el nombre de Rochapea. Además de estos dos portales, por los que entraba y salía de la ciudad una gran parte del tráfico rodado, existía en la calle de las Carnicerías del burgo -antigua Brotería-, al final de las Belenas -hoy calle Eslava- una puerta accesoria, para uso de patones, la poterna o postigo de las Carnecerías, por donde se entraba y salía del burgo, hacía un camino serpenteante que unía la puerta con el puente nuevo, hoy llamado de Rochapea. Entre los portales del Abrevadero y de Jus la Rocha se alzaban las torres del palacio de los Reyes de Navarra.

2. Configuración interna de la ciudad.

En el siglo XVI persistía en gran parte la conformación de los antiguos burgos medievales y ciudad de la Navarrería, con parte de los fosos de los siglos XIII y XIV, y, sobre todo, las vetustas rúas, que en su mayoría continúan en la actualidad.

a) En la Navarrería, destacaba la catedral. En los aledaños de la iglesia mayor -hoy plaza de San José- estaba edificado el canonicato o barrio de la Canonjía. No existía la calleja de Salsipuedes. La calle del Redín pertenecía a la Canonjía y la calle del Carmen, entonces de los Peregrinos, anteriormente en el siglo XIII fue rúa de San Prudencio y después calle Mayor de los Peregrinos o Gran Rúa de la Navarrería. La actual calle de la Navarrería poseía dos denominaciones: la parte baja se llamaba como hoy, pero la parte alta, es decir, el tramo próximo a la catedral se conocía como la Pitancería o calle de la Ración. Entre ambos, la parte ancha que rodea la fuente de Santa Cecilia se denominaba placeta de la Navarrería, plaza de Zugarrondo y plaza del Árbol de la Navarrería. La actual calle del 2 de mayo de 1808 era la calle del Palacio, anteriormente de San Pedro.
La calle Curia era la Subida de Nuestra Señora, aunque después recibió el título de Subida de la Seo. Primitivamente, pertenecía a la calle Mayor de la Navarrería.
El barrio de San Martín se había convertido en rúa de Çuarrondo o Çuarrondos para llegar a nuestros días como calle del Dormitalero o Dormitalería.
La calle que desde finales del siglo XVII fue llamada de la Compañía había sido bautizada antes de la destrucción de la Navarrería (1276) como calle del Obispo, en el siglo XIV calle de Englentina y posteriormente rúa de Santa Catalina, del Alférez y del Condestable Viejo.
La calle de la Merced, así llamada desde la segunda mitad del siglo XVI, fue en tiempos pretéritos rúa Mayor del barrio Nuevo después de que en 1498 fueron expulsados los judíos, y anteriormente rúa Mayor de la Judería y barrio de Suso o Superior.
La calle de la Tejería ostentaba este título desde 1295 en que se construyó un horno de tejería. En el siglo XVI, la calle de San Clemente se transformó en la de San Agustín, y el barrio Meano o Mediano de los comienzos de la reconstrucción de la Navarrería en 1324, se llamaba desde el mismo siglo XIV calle de la Calderería.
La calle Mayor de la Navarrería, o calle principal de la ciudad de la Navarrería, cruzaba ésta desde la catedral hasta la puerta que atravesaba la muralla frente al portal del Burgo, hoy plaza Consistorial. Este título de calle Mayor persistió desde el siglo XIV hasta la segunda mitad del siglo XVI en que se convirtió un tramo en calle del Mentidero y otro en Subida de Nuestra Señora; la del Mentidero se trocó desde los comienzos del siglo XVIII en calle de los Mercaderes.
La calle de la Mañueta, antes del siglo XVIII ostentó los títulos de rúa de los Caños, rúa de los Baños y también el de barrio de la Mulatería.
La belena Travesana, citada en la carta de repoblación de la Navarrería, se había convertido en belena de San Clemente hasta que en el siglo XVII se transformó en la calle del Horno Blanco o calle del Horno Blanco de Alambex, posteriormente en bajada de San Agustín y desde 1886 en calle de Javier (San Francisco).
Para completar el enunciado de las calles de la Navarrería cabe reseñar la calle de la Estafeta, la que más títulos ha ostentado. Se comenzó llamando en el siglo XIV rúa de Araya y de las Eras, posteriormente Carpintería de la Navarrería, título que se fue convirtiendo sucesivamente en rúa de la Zaga del Castillo, Carpinterías de la Zaga del Castillo y rúa Tras del Castillo. Después de 1512 se la denominó calle de Tras de la Plaza del Castillo Viejo y Tras de la Plaza del Castillo. En el siguiente siglo aparece como título el del santo del barrio: calle de San Tirso o Santis, hasta alcanzar en el siglo XVIII el definitivo de Estafeta.

b) La principal calle del Burgo de San Cernin era la calle Mayor, único título que ha persistido sin cambio alguno desde el siglo XII. Aquella calle está dividida en dos barrios independientes, llamados Mayor de la corregería -comprendido entre las Belenas, hoy Eslava, hasta San Lorenzo- y Mayor de los Cambios -desde las Belenas hasta San Cernin
Próxima a ésta y de casi tanta categoría era el barrio de las Pellejerías, más tarde calle Jarauta.
De esta última nace una gran calle que en sus comienzos se llamaba Brotería, Brotería Vieja o Carnicerías del Burgo, títulos que persistieron hasta el siglo XVII, en que fueron relegados por el del convento instalado en ella el de los Descalzos.
En las proximidades del comienzo del barrio de las Carnicerías, en el vértice nordeste del burgo, en el medievo se instaló el llamado barrio de la Rocha, y con el mismo nombre se denominaron las murallas de la zona, una calle del sector, la puerta del burgo sita en sus proximidades y una gran torre que posiblemente fue la que dio el título a todo. En la Rocha estaba el barrio de las Carpinterías del burgo. La Rocha desapareció hace siglos, pero dejó como recuerdo el nombre del portal, del puente y barrio construidos debajo de ella, Jus o Ius la Rocha, es decir debajo de la Rocha, que con los años se vasconizó en Rochapea.
En 1547, el arcediano de tabla Ramiro de Goñi mandó construir a sus expensas el Hospital General de Nuestra Señora de la Misericordia, hoy Hospital General de Navarra. En su primitivo solar está hoy el Museo de Navarra.
El primitivo título de la calle que desde 1840 se denomina de San Lorenzo, fue el de barrio de la Burullería, o barrio de los burulleros o artesanos de telas bastas y saquerío.
En el lugar de las hoy llamadas escalericas de Santo Domingo o escalericas de San Saturnino existió desde la Edad Media una puerta llamada del Burgo, del Chapitel, de la Frutería, de la Galea y Puerta Lapea o Portalapea; desapareció a principios del siglo XIX.

En el siglo XVI, el relleno de los fosos que separaban los burgos y la Navarrería habilitó nuevos solares aptos para construir. En las proximidades de Portalapea se edificó una nueva calle, denominada Bolserías por asentarse en ella el gremio de guanteros y bolseros. En 1890 se ensanchó aquella estrecha calle, a costa de la cesión hecha por Francisco Seminario de una parte del solar que obtuvo derribando varias casas de su propiedad. A la nueva calle reformada se le puso el nombre del patrón del barrio: San Saturnino, y al nuevo pasadizo público que desde entonces comunica las Tecenderías -Ansoleaga- con la de San Saturnino se le dio el nombre del generoso pamplonés.
Las Tecenderías Viejas o Tecenderías del Burgo era el Barrio que rodeaba la iglesia de San Cernin a excepción de su fachada principal. En los primeros siglos era el barrio de los tejedores en fino. En el siglo XVIII una parte del barrio se escindió y formó la llamada calle de la Campana. Las Tecenderías se convirtieron en 1917 en calle de Florencio de Ansoleaga.
Las ferrerías del burgo de San Cernin aparecen en el siglo XIV como barrio de las Cuchillería y Cerrajería, título que persistió hasta la primera mitad del siglo XIX, en que tomó el nombre de calle de San Francisco.

c) Barrio de la Pobla Nova del Mercat se denominaba, en occitano, un modestísimo núcleo urbano situado en el extremo del burgo, entre el hoy tramo final de la calle de los Descalzos y las murallas. Aquel barrio persistió desde el siglo XIII hasta mediados del XVII, en que fue derribado en su mayor parte para construir el convento y huerta de los Descalzos. Su título fue dado por haber sido anteriormente lugar de mercado del burgo. En el siglo XIII, los burgueses, que hasta entonces habían impedido que los navarros habitasen con ellos, se vieron obligados a claudicar ante la imperiosa necesidad de mano de obra sin cualificar, y los sujetaron sólo como sirvientes, herreros, jornaleros y sobre todo como labradores. En un rincón del burgo, entre la Brotería y las murallas, se fue acomodando aquella gente. Formaron la Cofradía de los Labradores del Burgo, que mantenía a sus costas un hospital y la ermita de Sanduandía o de la Virgen de la O. Con el tiempo se crearon cinco calles, todas con títulos en vascuence: Sanduandía o Santo Andía (la única que persiste en la actualidad), Urrainodia, Urrea o Sobranza, Arrias Oranza y la rúa de los Sacos, también llamada Zacuninda o Urradinda. En 1640 el barrio constaba de 60 casas o casuchas, muchas de ellas con huerta, en el solar que hoy ocupa el monasterio y su huerto.

d) La mayoría de las rúas del burgo y la población están dirigidas de oriente a poniente, es decir, en dirección contraria al viento frío dominante en Pamplona, el cierzo. Para facilitar el paso entre las calles largas, existían callejuelas que se denominaban belenas o benelas. En el burgo estas belenas cruzaban desde el fosado del burgo -hoy calle Nueva, esquina con la de San Miguel- hasta el postigo de las Carnicerías. Comenzando desde este último barrio se llamaban: belena de las Carnicerías, a partir del siglo XVIII belena de los Descalzos, comunicaba las calles de las Carnicerías Viejas y las Pellejerías; belena de las Pellejerías, continuación de la anterior, llegaba hasta la calle Mayor; belena de la calle Mayor, también continuación de las anteriores, alcanzaba la esquina de las Tecenderías y Cuchillería, desde donde se prolongaba con el nombre de belena de San Francisco hasta la calle Nueva. Antes del siglo XVI esta última belena terminaba en el postigo que daba salida al fosado del burgo, frente a otro similar de la población que daba entrada al burgo de San Nicolás por su belena correspondiente, existente en la actualidad la llamada belena de San Miguel. En 1877 el ayuntamiento mandó derribar todas las casas del lado izquierdo de las belenas, según se mira de San Francisco hacia la calle de los Descalzos, y construir nuevos edificios y ampliar la calle. Aquella nueva vía urbana se bautizó con el nombre de calle de don Hilarión Eslava.

e) El burgo de San Nicolás, más conocido como la Población, era el núcleo más pequeño de la ciudad. Su rúa Mayor, existente en 1223, se denominaba en el siglo XIV rúa Mayor del chapitel de la Población, aunque el título más utilizado era el de calle Mayor de la Población, que se extendía desde el barrio de las Tiendas -hoy plaza del Consejo y comienzo de la calle de San Antón- hasta las Carnicerías de la Población -hoy calle del Pozo Blanco- en donde estaba la puerta llamada de la Salinería, que accedía al chapitel. Después del Privilegio de la Unión (1423) se derribó la puerta de la Salinería y las murallas próximas, y se prolongó la calle Mayor de la Población hasta el chapitel; aquella nueva calle tomó el nombre de calle de la Salinería. En el siglo XVI la calle Mayor de la Población se convierte en calle de las Zapaterías. En el siglo XIX se fusionan las Zapaterías y Salinerías que forman la actual calle de la Zapatería.
En la Población hubo dos gremios en la misma calle en el siglo XIII, los zapateros y los ferreros o herreros. En el XIV los dos barrios se unieron en una sola rúa llamada calle de las Zapaterías y Ferrerías. En el XVI, al convertirse la Salinería en Zapatería, la antigua rúa de las Ferrerías se conoció como calle de las Zapaterías viejas, título sustituido en el siglo XVII por el de calle de San Antón; en la segunda guerra carlista, así como en las épocas de mandato liberal, fue calle de los Mártires de Cirauqui.
Entre las Zapaterías Viejas y las nuevas se abre a un lado, la actual plazuela del Consejo. Esta denominación sólo data de 1855; antes, desde el siglo XIII, fue llamado barrio de las Tiendas, hasta la segunda mitad del siglo XVI, en que al construirse el Consejo Real y cárcel en el solar hoy convertido en plaza de San Francisco, los vecinos fueron cambiando el título de tiendas por el de plazuela del Consejo y a partir de 1790, año en que se instaló en el centro de la plazoleta la fuente de Luis Pares y Alcázar coronada con un Neptuno niño, por el de plazuela de Neptuno, hasta 1855 en que oficialmente se reconoció el actual del Consejo.

La rúa de las Carnicerías de la Población, calle pequeña, fue ostentosa en títulos. A través de los siglos se le ha bautizado, además de ese con los de barrio o rúa de los Carniceros, rúa de la Población, barrio de la rúa de la Población de San Nicolas, barrio de la Población, y desde principios del siglo XVIII, rúa del Pozo Blanco, barrio de la Población del Pozo Blanco, y a partir de 1903, calle del General Moriones; en 1936 recuperó el de Pozo Blanco.
Las Tecenderías de la Población se transformaron en barrio de las Tornerías y éstas en calle de San Nicolás el cambiar los vecinos a San Exuperio, patrón del barrio, por el titular de la Parroquia. En las primeras décadas del siglo XVI la Plaza del Castillo y el barrio de las Tornerías no tenían comunicación directa hasta que en 1535 se derribó una casa estableciéndose una comunicación. Como ésta era descendente desde la Plaza del Castillo, el pueblo la bautizó con el título de bajada de San Nicolás, y en el siglo XX al transformarse la bajada en escaleras, también como escalericas de San Nicolás. Gran parte de la plazuela de San Nicolás y parte del tramo final de la calle de San Miguel estuvieron utilizados hasta comienzos del pasado siglo como cementerio de la Población de San Nicolás.
La actual calle de San Miguel fue desde el siglo XII belena de la Población, después belena de las Zapaterías y por fin belena de San Miguel, persistiendo en la actualidad un tramo, entre las calles de San Antón y Nueva, como único recuerdo de las belenas medievales.
La calle próxima al torreón llamado de la Torredonda o Torredondas tomó su título de éste hasta el siglo XVIII, en que los vecinos cambiaron su nombre por el del patrón del barrio. Así nació la actual calle de San Gregorio.
La calle de la Ciudadela fue bautizada oficialmente en mayo de 1853. Hasta entonces pertenecía al barrio de la Torredonda y se le conocía como calle chiquita de San Antón. Otra vía de la misma antigüedad es la calle de la Taconera, nacida también en mayo de 1853 con motivo de la nueva numeración de calles de la ciudad. Modernamente, en 1974, a esta calle se le amputó un tramo, el más próximo a la iglesia de San Lorenzo, para reconocer oficialmente al denominado por el pueblo rincón de la Aduana.
La rúa Petisa, Chica o Chicoa, nombres medievales de una estrecha calle de la Población, se denominó a partir del siglo XVI, rúa Chica de San Nicolás y desde 1840 calle de Lindachiquía.

En la Edad Media, la Tripería o barrio de los Triperos era el lugar en donde vivían los triperos o vendedores de tripas o mandangas en las «tripicallerías», puestos de venta de los despojos del matadero. Junto a éstos, años más tarde, se asentaron los sederos, y la Tripería se trocó en Sedería o calle de la Sedería. Posteriormente, a principios del siglo XVII, al construirse en Pamplona el primer teatro o Casa de las Comedias estable, dicha vía se convirtió en calle de las Comedias, y en 1877 en calle del Dos de Febrero, por ser la fecha en que las tropas del general Moriones entraron en la ciudad por dicha calle después de romper el bloqueo carlista.

f) Un siglo después de la promulgación del Privilegio de la Unión, los antiguos burgos y la ciudad de la Navarrería continuaban en gran parte separados. Los burgos por el foso del Burgo o Valladar, auténtico estercolero que perduró siglo y medio; en 1582 el virrey de Navarra marqués de Almazán mandó iniciar las obras para convertir aquella cava en una nueva vía urbana que se denominó desde entonces calle Nueva de Almazán, título que con los años se simplificó en calle Nueva. En 1931 el ayuntamiento republicano cambió aquel título por el de calle del Capitán Higinio Mangado; se convirtió otra vez en calle Nueva a partir de 1936.
La mayor extensión de terrenos sin construir estaba entre la Navarrería de un lado y los burgos de otro. En aquel gran espacio se ubicaron la Plaza del Castillo, Chapitela, plaza Consistorial y el barranco de Santo Domingo.

g)En 1512 la Plaza del Castillo era un erial en el que sólo existían dos edificaciones: el castillo del rey, construido por Luis Hutín entre 1308 y 1310, y el convento de Santiago edificado desde la segunda década del siglo XIII en los mismos solares en los que se emplaza el palacio de Navarra. Como el punto más vulnerable de Pamplona era precisamente éste, se pensó en construir un nuevo castillo, precisamente en el lugar en el que estaba el convento. En 1514 se había derribado el cenobio y se estaba levantando la nueva fortaleza aprovechando las piedras del ya llamado entonces castillo viejo. En 1571 se comienza a construir otro nuevo castillo, hoy llamado la Ciudadela, y simultáneamente se inicia el desmonte del anterior castillo para aprovechar sus piedras en la nueva fortaleza. El viejo castillo había desaparecido para 1592, y en 1597 las Carmelitas Descalzas iniciaron en el solar la edificación de un nuevo convento. Aquel monasterio con su huerta persistió hasta 1838 en que fue derribado. En su amplio terreno se comenzó a edificar en 1840 el Teatro Principal, hoy Gayarre, y en 1843 las obras del actual palacio de la Diputación Foral de Navarra concluido en 1847.
La Plaza del Castillo en el siglo XVI y comienzos del XVII, continuaba siendo un extenso erial, con traseras y corrales de las casas de las calles de las Sederías, Carnicerías de la Población, Salinerías y Tras del Castillo. En 1612 en aquella plaza sólo existía el gran caserón del convento de las Descalzas, hasta que en dicho año el Ayuntamiento compró una casa en la rúa de la Población, la cual prolongó por encima de la muralla del burgo de San Nicolás, que todavía persistía, hasta la plaza en la cual construyó la llamada Casa de los Toriles (hoy número 37 de la misma). Posteriormente la Ciudad compró más casas y construyó una nueva Casa del Toril. En 1651 se inició la construcción de la plaza al poner en venta el Ayuntamiento «diez sitios» o solares para edificar. En 1676 se levantó la casa del lado norte, conocida como casa Garbalena y «casa del Kutz». El siglo XVIII fue el definitivo para completar y urbanizar la Plaza del Castillo. En 1786 se aprobaron una serie de medidas, como la instalación de alumbrado público con farolas de aceite, empedrado de lodos y enlosado de una gran parte de la plaza.

Aquella amplia explanada que era la Plaza del Castillo continuaba hacia el norte, en suave pendiente, por el llamado Chapitel o lugar de contratación de granos, y por el pabado del Chapitel o mercado, parte estable con puestos que se cerraban de noche y otros abiertos, tenderetes compuestos de un mostrador y un ligero cubierto o tejadillo. Con los años el Chapitel se convirtió en calle Chapitela a partir de la mitad del siglo XVII, y en Héroes de Estella desde 1873 hasta 1936 en que recuperó el de Chapitela.
En el siglo XVII, al edificar en el terreno comprendido entre las plazas del Castillo y Consistorial, se creó una estrecha calle que partía, en la llamada «cabecera de la plaza de la Fruta», del mismo arranque que la calle Zapatería y se dirigía en dirección contraria hacia la Chapitela. Hasta 1914 llegaba al comienzo de la Estafeta, porque existía en la zona triangular entre Chapitela y Estafeta, una manzana de dos casas que por un lado configuraba una parte de la calle de los Mercaderes y por el otro el tramo final de la de los Calceteros, así llamada desde su creación, aunque hubo épocas que se llamó calle de los Cordoneros.
Antes del siglo XVI, en la zona de la actual plaza Consistorial más próxima a la Navarrería, existían un grupo de casuchas humildes que formaban la llamada calle de Altalea, y en el resto del amplio espacio libre se celebraba mercado y se ajusticiaba a los condenados a muerte. En 1423, como mandaba el Privilegio de la Unión, se acordó que en la Jurería se construyese en el foso que estaba delante de la torre de la Galea, en el mismo solar del actual Ayuntamiento. En el siglo XVI al denominarse la Jurería con el título de Regimiento, la plaza se tituló del Regimiento y plaza del Chapitel, y continuó como mercado público, hasta que en 1565 se trasladó la venta de carnes y pescados detrás de la Casa de la Ciudad, al nuevo mercado que se llamó plaza de Abajo, al mercado de frutas y verduras se le bautizó con los títulos de plaza de la Fruta y plaza de Arriba para diferenciarla de la de las carnes y pescados. A partir de 1866 se denomina plaza Consistorial, aunque la mayoría de los pamploneses le llaman plaza del Ayuntamiento.
Detrás de la Jurería estaba el barranco por el que corrían al Arga una gran parte de las aguas de la ciudad. Aquella torrentera era el foso natural y occidental del Burgo. En 1423, se acordó construir la nueva Jurería en el foso situado frente a la Galea, pero, «...dejando entre la dicha torre y la nueva Casa de la Ciudad camino suficiente para poder transitar». Gracias a aquella disposición el nuevo paso se convirtió en el camino cotidiano, sobre todo, de los vecinos de la Rochapea y, más adelante, en el siglo XVI se fue formando una nueva vía urbana que el pueblo bautizó como calle de Santiago por estar, desde 1519, en construcción el nuevo monasterio de los PP. Dominicos dedicado al Santo. Posteriormente, en 1583, al instalarse en la misma calle las hijas de Teresa de Avala, el pueblo dio a la rúa el nombre de calle de las Descalzas, y al trasladarse éstas a principios del siglo XVII al nuevo cenobio de la Plaza del Castillo, y cambió el título por el de calle de Santo Domingo, por ser ésta la denominación que se dio al convento y a la iglesia de los predicadores.

Junto a esta calle, detrás de la Casa de la Ciudad, desde los comienzos del convento dominicano, se formó una plazuela delante de la iglesia del cenobio y del nuevo mercado que se creó en la huerta comprada por el Regimiento a un tal Antón de Caparroso en 1565. Así es como nació el Mercado y la plaza de Santo Domingo, también llamada del Mercado, del Abadejo y de Abajo.
A partir de 1571 hubo una transformación sustancial: se amplió la ciudad y se construyó en su ángulo sudoeste una monumental fortaleza, denominada por el pueblo «castillo nuevo», y que con los años se convirtió en la Ciudadela. Para empalmar aquella fortificación con las antiguas murallas fue preciso levantar grandes cortinas amuralladas desde la Ciudadela hasta la antigua torre de Santa Engracia y hasta la puerta de Tejería y la prolongación desde ésta hasta el cubo de Caparroso. Estas defensas ampliaron el recinto amurallado, que incorporó a la ciudad la Taconera; entonces se denominaba así, no sólo lo que actualmente lleva este título, sino el actual paseo de Sarasate y toda su zona sur, hasta las murallas nuevas que cerraban la Plaza por donde hoy está la calle de García Ximénez. En aquellas nuevas defensas se abrieron las siguientes puertas nuevas de la ciudad: en la década de 1580, la puerta Nueva de Santa Engracia, que con los años se llamó, y se llama, puerta o portal Nuevo; en 1666 se inauguraron los portales de Tejería, San Nicolás y Taconera. En la segunda mitad del siglo XVIII se construyó el gran caserón del Cuartel de Caballería en las proximidades del portal de San Nicolás. A mediados del siglo pasado se comenzó a oír el nombre de calle y paseo de Valencia, hoy paseo de Sarasate; en 1859 se bautizó la nueva calle de San Ignacio. En el siglo XVII, junto al nuevo portal de Tejería nació la calle del Abrevadero, que dos siglos más tarde se convirtió en calle de Espoz y Mina.

Primer ensanche de la ciudad

Al finalizar el siglo XIX, la ciudad alcanzó en el casco urbano 28.197 habitantes; la escasez de viviendas originó un peligroso hacinamiento. En 1888 el Estado aceptó el derribo de los baluartes internos de la Ciudadela llamados de la Victoria y San Antón, y la concesión del Ayuntamiento, a perpetuidad, de los cuarteles del Carmen, Merced y Seminario. Se permutarían terrenos para edificar la Cárcel y la Audiencia por el soto de Ansoáin (utilizado como campo de tiro), 750.000 pesetas y el compromiso de suministrar gratis el agua a los cuarteles durante 25 años, siempre que el consumo no excediese de 3.000 pesetas anuales. Aquel Ensanche, que con el tiempo se convirtió en Ensanche Viejo, no solucionó el problema de la vivienda. Se construyeron sólo cinco manzanas de casas, el Palacio de Justicia y la Alhóndiga, Academia de Música, Escuela de Artes y Oficios, y Tránsito Municipal. Una buena extensión de terreno se utilizó para edificar cuarteles de Infantería, y otra quedó sin urbanizar, dedicada posteriormente a campo de fútbol; el Manicomio y el Hospital se tuvieron que edificar lejos de la ciudad. En aquel Ensanche nacieron las calles de Navas de Tolosa, Sandoval, José Alonso, General Chinchilla, Marqués de Rozalejo, Yanguas y Miranda, Julián Gayarre (hoy calle de la Alhóndiga), Pascual Madoz (hoy Padre Moret), Padre Moret y la plaza del 22 de agosto de 1888 (posteriormente de la Argentina y del Vínculo).

Segundo ensanche de la ciudad

Pamplona estrenó siglo con los mismos problemas urbanísticos del XIX. El Primer Ensanche no solucionaba el problema de la vivienda y las gestiones para derribar las murallas resultaban infructuosas. Sólo en 1915 se consiguió el correspondiente permiso. La primera piedra de las murallas se derribó el 25 de julio de 1915, y la primera del segundo ensanche se colocó el 29 de noviembre de 1920.

Tercer ensanche de la ciudad

El Pleno del Ayuntamiento en sesiones celebradas los días 27 de diciembre de 1962 y 21 de mayo de 1963 aprobó el proyecto de Ordenación de la Primera Zona del Tercer Ensanche en los terrenos comprendidos entre Abejeras y el Arga, en la zona del molino de la Biurdana.

La organización de la ciudad

1. La función de Corte del reino de Navarra

La distribución espacial de Pamplona a lo largo de su historia ha obedecido sobre todo a las funciones administrativas que ha desempeñado y a las necesidades como capital del reino. En cuanto a lo primero, tras la conquista de Navarra por Fernando el Católico (1512), y la capitulación de Pamplona ante el duque de Alba, se había insistido en la continuidad de las funciones administrativas que ya tenía. En la confirmación de los privilegios de la ciudad que hizo Fernando el Católico en Logroño en diciembre del mismo año 1512, quiso el rey -recuerda el diccionario de la Academia de la Historia- «que residiesen en Pamplona, como en el centro del reyno el Real Consejo, Corte Mayor, Sello y Chancillería» y que en Pamplona «sólo hubiera los oficiales antiguos para el buen gobierno sin poner otros, como corregidor y alguaciles». Y así lo confirmaron en Valladolid en 1522 la reina Juana y su hijo Carlos, futuro Carlos V. Durante los tres siglos siguientes fue articulándose sobre el plano de la ciudad la red de edificios donde habían de centrarse tales tareas; red que, en las postrimerías del Antiguo Régimen, a comienzos del XVIII, se presenta en aquel diccionario así: «En orden a edificios públicos ha habido poco gusto».

La vida administrativa municipal, primero, se centraba naturalmente en el ayuntamiento, de cuya casa se asevera que, «aunque bastante moderna, tiene varios adornos de arquitectura hacinados unos sobre otros sin inteligencia». Se reconocía que «su mayor mérito es la comodidad y desembarazo de sus oficinas, y en especial la alhóndiga, que tiene anchura y espacio para el tráfico de mercaderes, peso real, almacenes para abastos, y tiendas colocadas para sus tránsitos y contorno».El pósito era «sencillo, y sin mérito particular en la arquitectura, pero muy cómodo». En él se podí

Edad Media

Desde una consideración urbanística, Pamplona es el resultado de la evolución que se inicia, en el invierno del 75-74 a. C. con el establecimiento por Pompeyo de un campanento romano, junto a una aldea vascona, exponente ésta del momento cultural protohistórico denominado Hierro II. Después, y a grandes pinceladas se debe hacer mención a la etapa de los Burgos medievales, separados y enemigos, y a su unión propiciada en 1423 por el Privilegio de Carlos el Noble. Entre ese momento y el siglo XIX la vida de la ciudad, capital de Virreinato con acusado carácter militar, tiene como escenario la llamada Pamplona tradicional. Encomendada su defensa a la Ciudadela y a las murallas, construidas entre los siglos XVI y XVIII, se vio impedida a utilizar el mismo encorsetado solar para hacer frente a los incrementos de población impuestos por los tiempos. De modo que construcciones nuevas obligaron a la demolición de las anteriores, y gran parte de lo conservado no rebasa el siglo XVIII. Los edificios religiosos merecieron un mayor respeto que los civiles; esto explica la supervivencia de buena parte de los templos medievales. Todo ello dentro del «Casco Viejo» o «Antiguo», declarado Conjunto Histórico Artístico Nacional en el año 1968.
Una última etapa vendría expresada por la expansión de finales del XIX, acelerada mediado el XX. El plano pamplonés -dentro de su definida personalidad- refleja el de tantas otras ciudades europeas de marcada historia: un núcleo originario o casco antiguo; unos ensanches, planificados en los siglos XIX y XX; y un cinturón de barrios periféricos suburbanos.

Desde una consideración arquitectónica la etapa medieval está representada por contadas reliquias. Un lienzo de la antigua muralla, que recae a la Ronda del Obispo Barbazán, ofrece restos de aparejo a «espina de pez», quizá de los siglos IX-X, sobre otro inferior, sin hilada continua, posiblemente visigodo. La parte baja de una de las torres que, de trecho en trecho, jalonaban los lienzos de la muralla medieval de San Cernin, núcleo de francos desde las postrimerías del XI, es perceptible en un sótano de propiedad municipal, con acceso desde las calles de Jarauta y de Santo Domingo. Y en las calles de Mercaderes, Jarauta y otras no son infrecuentes las antiguas bodegas subterráneas, de bóvedas apuntadas.

Palacio Real y episcopal de San Pedro

Más conocido como de los Virreyes o de Capitanía, se asoma a un acusado escarpe sobre el Arga. Erigido hacia 1190 por Sancho VI el Sabio sobre el antiguo solar de los Almoravid, se vio cedido por su hijo Sancho el Fuerte al obispo de Pamplona. Objeto de pleitos entre la mitra y la corona y en ocasiones habitación común de comarcas y prelados, pasó definitivamente a propiedad exclusiva del patrimonio real en 1427. Residencia de Virreyes desde 1540 y de Capitanes Generales entre 1841 y 1880, fue luego Gobierno Militar hasta 1972. Aquí se alojó Felipe II en su visita de 1592 (con cuyo motivo se colocaron sobre la puerta principal las armas imperiales traídas del castillo viejo) y José Bonaparte pasó en él su última noche como Rey de España, en junio de 1813.
Entre lo original conservado destaca un salón de singular interés arquitectónico. Se trata de una pieza rectangular, en semisótano, con bóveda protogótica en seis tramos cubiertos con crucería simple, sin claves en las intersecciones de los nervios, que son planos, utilizando, por consiguiente, unión a inglete. Arrancan las nervaturas directamente del muro, sin empleo de ménsulas para su soporte. Seis saeteras de acusado derrame, alternativamente abiertas y cegadas, se dibujan en el lado norte. Todos los elementos hacen que el salón, perfectamente conservado, sea cómodamente fechable en las postrimerías del siglo XII, dato que coincide con las noticias históricas documentadas. Constituye uno de los contados ejemplos peninsulares de arquitectura civil en esta época.

Edificio de la Cámara de Comptos

Otro de los edificios señeros de esta etapa es la Cámara de Comptos, antiguo palacio del señor de Otazu, donde funcionó el Tribunal de cuentas desde 1524 hasta su extinción en 1836. Situado en la calle de Ansoleaga, parece corresponder por su aspecto al siglo XIII. Se trata de una sólida construcción de piedra que proyecta su portada en arco apuntado, formado por dos acusadas platabandas. Entre otras, conserva una ventana también apuntada, con mainel cilíndrico de sencillo capitel de tradición románica, perceptible en el cuerpo que, a manera de torre, se eleva sobre la puerta. Estos elementos y el propio aparejo parecen propios del primer gótico. Su inicial carácter hermético se alteraría posteriormente al practicarse la apertura de vanos, que aparecen enrejados. Tras sus muros, en la actualidad sede de la Institución «Príncipe de Viana», ejerció sus funciones la Comisión de Monumentos de Navarra. El edificio es Monumento Nacional desde 1868.

Puentes

Buena parte de los puentes que salvan el río Arga en el término de Pamplona son medievales, aunque la construcción de algunos pudiera remontarse hasta la época romana. En 1227 se fundó el Monasterio de Clarisas de Santa Engracia en terrenos existentes detrás del puente llamado del Mazón: desde el siglo XIV sería conocido como de Santa Engracia. Sus arcos ligeramente apuntados le dan apariencia gótica y tiene tajamares a un lado. El de la Magdalena posiblemente sea coetáneo del de Puente la Reina, del que copia el esquema constructivo: siguiendo el procedimiento ya conocido por los ingenieros romanos, dispone de aliviaderos perforados en los pilares. Existía ya en 1174 y franqueaba la entrada a Pamplona a los peregrinos de viaje a Compostela. El de San Pedro, asimismo medieval, evidencia dos etapas en su construcción, pues ofrece vestigios de una ampliación sumada a la construcción primitiva. Su doble rampa, ascendente y descendente, le hace pertenecer al grupo de los denominados «de lomo de camello». Tiene tajamares contra la corriente. El puente de Miluce consta de tres arcos de medio punto, con tajamares. De origen probablemente romano, se asocia al episodio del ajusticiamiento de infanzones, rebeldes a Carlos II. Los tres últimos son Monumentos Nacionales desde 1939.

Cruceros

Se conservan en Pamplona dos bellos cruceros medievales, además de otros de más reciente factura. Se trata de la cruz denominada del Mentidero, erigida por el mercader García Lanzarot «a honor y reverencia de Nuestro Señor Jesucristo y de la Virgen María», que originalmente fue colocada -el 5 de noviembre de 1500- en la confluencia de las calles Estafeta, Mercaderes y Calceteros; y que, luego, en abril de 1842, sería trasladada al cementerio. Tuvo su último emplazamiento en el baluarte del Redín, frente al mesón del Caballo Blanco y posteriormente fue desmontada. En uno de los vértices del Bosquecillo se sitúa la Cruz de la Taconera, dedicada, según se lee en su inscripción, en 1521 por el carnicero Martín de Espinal.

El siglo XVI

Museo de Navarra-Hospital de Nuestra Señora de la Misericordia

El edificio del Museo de Navarra corresponde en parte con el antiguo Hospital General de Nuestra Señora de la Misericordia, fundado en la cuarta década del siglo XVI por el arcediano don Ramiro de Goñi. Su gestión, desde 1545, estuvo bajo la tutela del Ayuntamiento de Pamplona. El fin de sus actividades sanitarias vino determinado por la construcción del Hospital de Barañáin en 1932. Se abrió al público como museo el 24 de junio de 1956.
La portada, fechada epigráficamente en 1556, tiene el señalado valor de ser la única renacentista conservada en edificio civil de la ciudad. Se compone de un cuerpo bajo entre sillares, formado por columnas jónicas y estípites antropomorfos, organizado a la manera de un arco de triunfo clásico, y un remate, con el escudo de Navarra centrado entre dos faunos tenentes. A los lados, sendos bustos afrontados -masculino y femenino- se encierran en tondos. En el culmen, una calavera y jarrones decorativos. Esta parte, de piedra, está documentada como obra en la que participaron el entallador Juan de Villareal y los canteros Martín de Azcárate, Juan Vizcaíno y un tal Ollaquindegui. Por encima discurre un cuerpo superior con arquerías de ladrillo, dentro de la tradición constructiva de la Zona Media de Navarra, que lo combina como material en los cuerpos altos, con la piedra de los basamentos. El Museo de Navarra es Monumento Nacional desde 1962.

Ciudadela

En 1571, por orden de Felipe II, se comenzó a construir la Ciudadela, inspirada en la de Amberes, con planta pentagonal y baluartes en forma de punta de flecha, que aquí se denominaron Real, de Santa María, de Santiago, de la Victoria y de San Antón (los dos últimos desaparecidos). Sigue planos de Giácomo Palear, llamado el Fratín y contó con las inspiraciones directas del experto poliorceta Vespasiano Gonzaga y Colonna, virrey desde 1572. En 1685 se le sumaron las medias lunas y contraguardias de la Vuelta del Castillo, inspiradas en los sistemas de Vauban. Entre otras obras, en 1720 se trazaría la actual Puerta de Socorro. A finales del siglo XIX, con motivo del I Ensanche, se derribaron dos de sus baluartes. Cedida por el Ejército a Pamplona en 1966, fue declarada Monumento Nacional siete años más tarde. Constituye uno de los principales lugares de esparcimiento y sus edificios son escenarios de exposiciones y encuentros culturales.

Portal de Francia

Al mismo siglo XVI se debe la construcción del Portal de Francia, levantado en 1553 por el virrey Duque de Alburquerque. Sobre su arco campean las armas imperiales de Carlos V, con el águila bicéfala. El portal exterior es obra del XVIII: cuenta con puente levadizo, cadenas y contrapesos. En 1833 por aquí salió de Pamplona y se echó al monte el célebre caudillo carlista Zumalacárregui.

Baluarte del Redín

El próximo baluarte del Redín es obra de aquella misma centuria, concretamente de hacia 1540, y quizá fuera construido por Pizaño.

Portal de Rochapea

Del Portal de Rochapea (también de Alburquerque y de 1553) queda el escudo imperial encastrado en el Portal Nuevo.

El siglo XVII

Se continúa la labor de fortificación de la plaza en vista de las malas relaciones con el reino de Francia.

Portales de la Taconera y de San Nicolás

En 1666, bajo el virreinato del Duque de San Germán, se edificaron los portales de la Taconera y de San Nicolás, muy similares en aspecto. Este último se conserva en los Jardines, a donde fue trasladado en 1929. Presenta un singular frontispicio con sillares almohadillados, en los que se aloja un arco rebajado flanqueado por juegos de dobles columnas, tres escudos de armas heráldicas, el central, sobre la lápida conmemorativa, con los blasones de la monarquía hispánica, y los laterales, con los del virrey promotor. Algún tiempo antes se había construido el Baluarte de la Reina.

Casa de los Capellanes y Convento de las Agustinas

En el campo de la arquitectura civil se puede hacer memoria de la denominada Casa de los Capellanes, donde se alojaban los siete clérigos destinados a la atención espiritual del inmediato convento de Agustinas, fundado por don Juan de Ciriza, marqués de Montejaso, ministro que fue de Felipe IV, y constituido en clausura en 1634. Las fachadas de ladrillo de ambos edificios, que cuentan con zócalo y encintados de piedra a la manera castellana, y que además repiten los escudos de los fundadores, marcan las alineaciones de la sobria y hermosa Plaza de Recoletas.

Palacio de los Redín Cruzat

En la calle Mayor se encuentra el antiguo palacio de los Redín Cruzat, hoy sede del conservatorio elemental de música. Se trata de un antiguo caserón reedificado en 1658 que ostenta en su fachada, bajo el gran blasón, una lápida conmemorativa de la elección de don Martín de Redín como gran Prior de la Orden de San Juan de Jerusalén.

Claustro del Convento de Santo Domingo

Ya a finales de la centuria, entre 1688 y 1703, se construyó el claustro del antiguo convento de Santo Domingo, con dos pisos de arquerías en piedra, en cuyas aulas funcionó hasta 1771 una universidad literaria dirigida por los padres predicadores. A raíz de la Desamortización el edificio fue destinado a hospital militar, actividad que cesó en enero de 1976.

El siglo XVIII

Esta centuria bajo la nueva dinastía de los Borbones supone para Pamplona una etapa de marcada actividad constructiva y, por ende, urbanística. Se renovó la mayor parte del caserío, que fue sustituido por casas de vecindad, en ocasiones hasta de siete alturas, con fachadas de ladrillo y a veces de piedra. La mentalidad ilustrada se concretó en mejoras como la rotulación v alumbrado de calles, la numeración de edificios, la instalación de canaletas y bajantes de aguas pluviales. Si son raros los edificios conservados de los siglos XVI o XVII, se debe a que se demolieron en este momento, precisamente para hacer posible la construcción de otros nuevos. La mayoría de los palacios todavía en pie son dieciochescos: da la impresión de que la ciudad pretendió entonces ensalzar su función de capitalidad. Y además hay que contar con el éxito político y, en consecuencia, económico de algunos pamploneses desplazados a Madrid o a las Indias, medro que les lleva a encauzar parte de sus caudales en la edificación de mansiones dignas como medio de enaltecer su linaje, a veces ennoblecido con la obtención de un título o, cuando menos, de una ejecutoria de hidalguía.

Palacio de los Ezpeleta

Los marqueses de San Miguel de Aguayo hicieron construir un palacio en la calle Mayor de Pamplona en los primeros años del XVIII. En 1709 se firmó la escritura con el maestro cantero Pedro de Arriarán. Una parte de la fachada estaba terminada para diciembre de aquel mismo año. Y sin duda lo fue la totalidad del edificio para 1711. En 1800 pasó a ser propiedad del Conde de Ezpeleta, cuyas armas heráldicas -león de gules cuñado y linguado de lo mismo, sobre campo de plata- se colocaron sobre el dintel de la puerta. Más tarde el palacio vino a ser del Marqués del Amparo, de cuya viuda lo adquirió finalmente en 1918 la Compañía de Santa Teresa de Jesús para colegio de enseñanza, finalidad en que actualmente persiste. Desde un punto de vista arquitectónico destaca la fachada barroca, mencionada por Víctor Hugo y denostada por Madrazo. Dos pilastras cajeadas, sobre plintos cóncavos, aparecen flanqueadas por sirenas y presentan talla de grutescos. El dintel ofrece motivos que aluden a la profesión militar y, más concretamente, a la artillería. A los lados de la puerta hay cuatro vanos dotados, al igual que los balcones superiores, de poderosa forja. El cuerpo bajo, que corresponde a las dos primeras alturas, se reviste totalmente de piedra, mientras que el segundo, de ladrillo, reserva aquel material para enmarque de los vanos. Por encima de una importa y bajo el alero, cinco óvulos guardan correspondencia con el eje de los balcones. Del zaguán -pavimento decorado con motivos geométricos formados con canto rodado- arranca una elegante escalera de doble tiro. La parte posterior del edificio cuenta con un notable patio.

Seminario de San Juan Bautista

El llamado Seminario de San Juan Bautista, sede del Archivo Municipal, es una fundación que se debe a don Juan Bautista Iturralde y doña Manuela Munárriz, Marqueses de Murillo el Cuende, quienes otorgaron la oportuna escritura el 10 de septiembre de 1734. Fue su finalidad la formación eclesiástica de seminaristas, mediante unas normas de vida y el estudio. En esta idea adquirieron de los padres dominicos una casa que, convenientemente reformada, pasaría a cumplir su misión en 1734. Como tantos edificios del momento el Colegio de San Juan Bautista combina exteriormente como materiales constructivos la piedra, presente en el basamento, con el ladrillo de los tres pisos superiores. Ciñéndonos a la fachada principal, que recae a la calle del Mercado, observamos que la arquería que remata todo el edificio abre aquí cinco grandes huecos, bajo un alero, que fue peculiar antes de la rehabilitación del inmueble, pues volaba sus canes de forma no perpendicular al muro. Más abajo se dibujan dos balconadas corridas, una de las cuales continúa en la fachada lateral, y dos balcones pequeños en el primer piso. Las puertas de servicio, no flanqueables en la actualidad, se abrieron rasgando ventanas en el zócalo de piedra.
Especial significación tiene la portada barroca, buen exponente de las construidas en Pamplona durante la primera mitad del siglo XVIII. El vano, enmarcado por acusado baquetón con orejeras, aparece flanqueado por pilastras cajeadas de estilo dórico romano. Sobre el dintel se lee la inscripción fundamental y el año 1734.
Encima, dentro de una hornacina avenerada, de pilastras asimismo cajeadas, se cobija la imagen de San Juan; y sobre la charnela, dentro de una tarjeta, se aprecia la escena de su bautismo en bajo relieve. A los lados, bajo corona de marqués, campean las armas heráldicas del fundador.
Poco cabe resaltar por lo que respecta al interior. En el sótano se ha conservado un muro originario y dos arcos en ladrillo, de amplio vano. La escalera, actualmente situada a la izquierda de la entrada, ha sido reconstruida en distinto lugar del primitivo: de buen trazado y típica de su fecha, sin ser monumental resulta graciosa por sus pilares lisos y por sus tramos de barandilla y baranda de palos torneados.

Palacio del Marqués de Rozalejo

No muy lejos, en la calle Navarrería y frente a la fuente de Santa Cecilia, se halla el palacio en origen perteneciente al mayorazgo Daoiz, conocido como del marqués de Rozalejo, con algunas similitudes que le hacen presumiblemente coetáneo. Edificio de planta baja y dos puertas laterales convertidas en acceso a comercio, remata la parte superior con el escudo marquesal.

Edificio de Zapatería 40

De parecida data puede ser el caserón que ocupa el número 40 de la calle Zapatería, donde hace ya algunos años radicó el Colegio de Médicos, y las oficinas de la Acción Católica Diocesana. De propiedad municipal, al presente acoge dependencias del Ayuntamiento. La fachada, en totalidad de piedra, ofrece en planta baja dos puertas adinteladas en el centro y dos grandes arcos a los extremos, éstos, formados por sillares almohadillados en punta de diamante. Separado por una moldura, el primer piso manifiesta cuatro vanos que dan paso a dos balcones corridos de buena forja. La segunda altura se estructura en cuatro huecos, esta vez con balcones individuales. Una cornisa formada por dados almohadillados da paso al tercer piso, bajo el alero, con cuatro ventanas cuadradas. En el interior una airosa escalera voltea su tiro a la catalana, sobre arcos rampantes. Curiosamente el escudo de armas del titular se ha dispuesto en la fachada secundaria, que da a la calle Nueva.

Palacio Arzobispal

De similares fechas, en este caso documentadas, es el Palacio Arzobispal. En 1732 propició su construcción el prelado don Melchor Angel Gutiérrez Vallejo. Tras cuatro años de obras pudo ocuparlo su sucesor don Francisco de Añoa y Busto. El edificio es de planta rectangular, con dos frontispicios dotados de acceso que recaen a la plaza de Santa María la Real y a la plazoleta contigua. Ambas puertas vienen enmarcadas por columnas toscanas y roleos churriguerescos y disponen encima sendas hornacinas donde se acoge la imagen de San Fermín, primer obispo de la diócesis. Las obras dos fachadas dan a la Ronda de Barbazán y a la huerta, regalada por el Cabildo a la Mitra en 1887.

Edificio de Zapatería 50

En el actual número 50 de la calle de Zapatería se halla una de las casas señoriales más destacadas del momento. Su construcción debe situarse mediado el siglo y fue iniciativa de don Juan Navarro, enriquecido en Indias. La obtención de la correspondiente ejecutoria de hidalguía en 1746 y la compra del señorío de Gorráiz marcan la obra de la mejora de su casa de Mélida y de la construcción del citado palacio urbano pamplonés. Se trata de un edificio con gran puerta central, moldurado su arco con estilo barroco, con profusión de talla y volutas laterales, que cuenta en los extremos con dos puertas de servicio. Los dos pisos superiores disponen de cinco vanos que se abren a balcones individuales, a excepción de los tres huecos centrales del primero, que lo comparten.

Palacio de los Condes de Guenduláin

Un poco más adelante, en la acera de enfrente y ante el espacio abierto de la Plaza del Consejo, se encuentra el palacio del Conde de Guenduláin, sobrio de aspecto y de marcado estiramiento de fachada. Sobre la puerta el escudo heráldico muestra sus cuarteles, todavía polícromos. Y cada una de las dos alturas superiores dispone de nuevo vanos; en el primer piso, los balcones descansan sobre pares de grandes mensulones estrellados.

Calle Estafeta

Entre la nómina de casas interesantes en la Pamplona del XVIII, cabe hacer mención de los palacios con acceso por la calle Estafeta, como el de Itúrbide o el de Goyeneche, éste de notable portada barroca blasonada y con fachada a la Plaza del Castillo. A este mismo espacio porticado se abre la casa que corresponde al número 49. En ella la gran profusión de balcones, apeados por tornapuntas, se explica por su función ocasional como palco para los espectáculos taurinos que tenían aquel lugar por coso. Por encima del alero que protege la arquería del piso superior varias mansardas se proyectan en el tejado.

Ayuntamiento

Mediado el siglo se evidenció el estado de ruina del viejo Consistorio, edificado según el mandato de Carlos el Noble. De manera que se impuso la construcción de uno nuevo, del que solamente subsiste la fachada, superviviente del derribo de 1952. En 1755 se comenzó la fachada, de acuerdo con el proyecto del presbítero pamplonés don José de Zay y Lorda, que entonces vivía en Bilbao. El remate sigue dibujos de Juan Lorenzo Catalán. El escultor José Jiménez labró las alegorías de la Justicia y la Prudencia, a los lados de la puerta principal, así como la Fama, Hércules, armas heráldicas de Navarra y Pamplona y leones tenantes, del ático. Rejas y cerrajas se debieron a Salvador de Ribas. Y la desaparecida escalera, con su media naranja y linterna, fue ideada por el tudelano José Marzal.
Cuenta el frontispicio con tres cuerpos y remate. En cada piso, cuatro juegos de columnas pareadas -exentas y sobre pedestales cajeados- determinan las correspondientes tres calles verticales. Se combinan y superponen los órdenes clásicos: así, en la planta baja, el dórico romano, con friso articulado en triglifos -de los que penden régulas y gotas-, y metopas decoradas con rosetas. En la planta primera o principal, el jónico se manifiesta en columnas con capiteles de volutas y arquitrabe formado por tres fasciae lisas. El último cuerpo acoge el orden corintio, bien perceptible en los capiteles de «cantos y en su pequeño friso, decorado con dentículos. Las columnas de los dos primeros pisos son de fuste liso, aunque acanalado en su tercio inferior. Por su parte, el imoscapo de las corintias es arrodrigonado.
Por lo que hace a los vanos, la planta baja tiene puerta central de medio punto y dos menores de arco escarzano, con montantes enrejados encima; el cuerpo segundo cuenta con balconaje corrido; y el tercero, con balcones separados. Todos los huecos aparecen enmarcados por fina decoración de gusto «rococó». El ático presenta una balaustrada de piedra limitada por «letones, y un vano, en plano retranqueado, sobre el que va el frontón triangular sobre pilastras.
Como análisis del conjunto puede deducirse que el remate, diseñado por Juan Lorenzo Catalán, no armoniza del todo con la fachada ideada por Zay y Lorda. Ello se debe a que ésta representa una concepción dentro del barroco tardío y aquél, un paso en la línea del purismo arquitectónico que poco después ha de desembocar en el gusto neoclásico.

Otras obras civiles y militares

Entre tanto había proseguido la actividad de los ingenieros militares, quienes hacia 1730 erigieron el fuerte avanzado de San Bartolomé, en lo que hoy son Jardines de la Media Luna, próximos a la Plaza de Toros. En el virreinato del flamenco Conde de Gages se construyeron los baluartes exteriores del Redín.

Pero donde más a fondo se va a trabajar en la segunda mitad del siglo XVIII es en la puesta al día de los servicios públicos. La revolución urbanística es obra de un ilustrado aragonés, lector de Voltaire y de los librepensadores, conocido como Conde de Ricla, Virrey de Navarra en 1765. Fue voluntad suya traer a la capital agua clara en abundancia y eliminar la residual mediante alcantarillado y cloacas. En 1772 las aguas sucias corrían bajo las calles, por entonces pavimentadas mediante empedrado, para precipitarse al río Arga. Se contaba con uno de los servicios de este tipo más modernos de España.
La traída de agua es algo posterior. La ciudad venía abasteciéndose de pozos públicos y privados, amén de fuentes de manantial. Tras el rechazo de los planos presentados por el ingeniero francés Francois Gency, en 1780 Ventura Rodríguez se detuvo en Pamplona durante más de un mes para elaborar sobre el terreno el proyecto que se sería adjudicado. Su presencia sin duda conmovió los medios artísticos locales: los arquitectos de aquí pudieron tener un conocimiento de los nuevos ideales estéticos de la Corte. A partir de 1783, bajo la dirección técnica de Santos Ángel Ochandategui, se llevaron a cabo las obras para hacer posible el viaje de las aguas: el acueducto de Noáin es el más notable testimonio subsistente. En 1780 las fuentes diseñadas dos años antes por Luis Paret pudieron manar de sus caños. Hoy se conservan en uso las de Santa Cecilia, Plaza del Consejo y Recoletas; otra subsiste en el jardín del palacio del Conde de Guenduláin. Y el remate de una de ellas, la popular «Mari-Blanca», languidece en los Jardines de la Tacones.
Las circunstancias que concurrieron en esta obra de magna envergadura, con la presencia de Ventura Rodríguez en un primer momento, y, sobre todo, la edificación según sus planos de la nueva fachada de la catedral (1783-1800), sumada a la personalidad plenamente capacitada de Ochandategui, director aquí de la ejecución de los trabajos, fueron los factores decisivos para la implantación del estilo neoclásico en Pamplona y Navarra. De este momento son la placeta enlosada ante la Seo iruñense, cercada por verja de hierro con dieciséis pilastras coronadas por jarrones (1799) y la Casa Prioral, situada a su derecha (1786), obras ambas de Ochandátegui.

El siglo XIX

Desde una consideración urbanística la Pamplona del XIX, políticamente convulsa en diferentes momentos, ve una serie de cambios, entre los que cabe reseñar la definitiva configuración del Paseo de Sarasate, ultimada con el fin de las obras de la Audiencia. El crecimiento demográfico natural al que se añadieron circunstancias especiales, como el aumento de personas subsiguiente a la Guerra Carlista, con la obligada despoblación rural, y la necesidad de mano de obra para la construcción del fuerte de Alfonso XII en San Cristóbal, impuso la necesidad de crear un ensanche en los glacis interiores de la Ciudadela, que se había de desarrollar a partir de 1888. Aunque resultó insuficiente, al ser ocupada la mayor parte del terreno por cuarteles y edificios públicos, y solamente un espacio menor destinado a viviendas.

Palacio de la Diputación

En el aspecto arquitectónico debe hacerse referencia a la construcción del Palacio de la Diputación entre 1840 y 1851, dentro todavía de la corriente neoclásica. Los planos son obra de José de Nagusia. Ampliado en los años 1931 a 1934, entonces se construyó la nueva fachada a la Avenida de Carlos III, en consonancia con el estilo del edificio. Coincidiendo con la reforma general de tipo decorativo dirigida por Yárnoz Larrosa en 1951, intervino el escultor Fructuoso Orduna con los grupos en piedra para los frontones de ambos frontispicios y las estatuas broncíneas de reyes para el principal. En el interior destaca el salón del Trono, terminado en 1865 bajo la dirección de Maximiliano Hijón, que cuenta con notables pinturas de género histórico.

Otros edificios y estilos

Al mismo Hijón se debe el edificio, rigurosamente coetáneo con su actuar en la Diputación, del Instituto de Bachillerato, que hoy acoge a las Escuelas Universitarias de Magisterio y Empresariales. Severamente clasicista en exteriores, dentro dispone de un patio central con galerías acristaladas.

La necesidad de atender el abastecimiento público determinó la inauguración en 1877 del Mercado de Santo Domingo, construido de acuerdo con los planos de Martín Sarasíbar. En los años 1986 y 1987 habría de ser reformado.

La arquitectura pamplonesa de la segunda mitad del XIX se inscribe en el panorama de la arquitectura española del momento. Su campo de actuación se centrará sustantivamente en el Primer Ensanche, a parte de las obras de tipo religioso y de otras menores, como comercios o escaparates.

El Historicismo, que acuñó una serie de «neos», dejó, por ejemplo, el edificio neomudéjar de la calle General Chinchilla 7, sede de la Mancomunidad de Aguas (1987) debido a Ángel Goicoechea.

El Eclecticismo se impuso en Pamplona a partir de 1890 y se adentró en el siglo XX.
Tiene como buenos exponentes arquitectónicos dos obras de Julián Arteaga: el edificio de la Audiencia, construido entre 1890 y 1898, y las Escuelas de San Francisco. En las fachadas de uno y otro se alternan la piedra y el ladrillo rojo.

Simultáneamente es posible encontrar modos supervivientes de clasicismo academicista, como es el caso del antiguo Archivo General de Navarra, concebido por Florencio de Ansoleaga e inaugurado en 1898.

El Modernismo tiene aquí unas fechas tope que pueden precisarse entre 1899 y 1920, con un cuatrienio de especial importancia, que va de 1904 a 1908. Por encima de otras figuras y de obras menores, sobresale Manuel Martínez de Ubago, autor de la casa de viviendas de la calle José Alonso número 4, y del edificio de la Delegación de Hacienda estatal en Navarra, proyectos en que evidencia una adecuada asimilación del estilo más avanzado del momento.

Las obras de Víctor Eusa en el segundo ensanche marcan de forma característica la primera mitad del siglo XX; especialmente significativos son el seminario diocesano, en la avenida de la Baja Navarra, la Casa de Misericordia, en la vuelta del Castillo o los Paúles, en la Avenida de Zaragoza. La arquitectura contemporánea, basada en el cristal y el hormigón y el acero tiene sus mejores exponentes en los edificios de la Caja de Ahorros de Navarra, obra de L. Gaztelu y de la Caja de Ahorros Municipal, proyectado por Sánchez de Muniáin.

Arte religioso

Iglesia parroquial de San Juan Bautista

En esta iglesia radica la parroquia de la catedral, que durante siglos funcionó en la capilla de San Juan Bautista de la misma. El edificio forma parte de lo que fue colegio de la Compañía de Jesús, desde comienzos del siglo XVII hasta su expulsión en 1767. El exterior tiene sencilla fachada de ladrillo sobre basamento de piedra. La portada es de medio punto y sobre ella se ve un escudo de la monarquía española, colocado en 1782, cuando el convento se dedicó a seminario. El interior es de tres naves de igual altura separadas por pilares de planta cuadrada. Las bóvedas son de aristas, excepto el primer tramo de la nave central, cubierto por una media naranja sin tambor ni linterna; las pechinas ostentan los relieves de los emblemas de Jesús y María. Los retablos actuales son modernos, el mayor de 1916 y los laterales, de 1925.

Iglesia parroquial de San Saturnino (San Cernin)

Existió una iglesia anterior en este mismo solar. Al menos, a finales del siglo XII, se construyó un templo románico, que quedó muy mal parado en la guerra de la Navarrería, en 1276. Poco después se comenzó la edificación de la iglesia gótica, cuya nave estaba acabada en 1297. Durante el siglo XV se le añadió un claustro, derribado a su vez en 1758 para dar paso a la Capilla de la Virgen del Camino.
El exterior aparece aprisionado entre calles y edificios que la rodean. Desde la calle Ansoleaga se ven los potentes contrafuertes del ábside, mientras que la fachada del hastial, con una portada del siglo XVIII y una espadaña en lo alto, mira a la calle de la Campana. La fachada principal es la del norte, hacia la calle de San Saturnino, prolongación de la calle Mayor. En ella se abre un pórtico formado por cinco arcadas góticas. A los lados del arco de ingreso hay dos esculturas de piedra representando a Santiago peregrino y a San Saturnino. Se cubren con doseletes góticos y están colocadas sobre ménsulas. Sobre el arco, un bajorrelieve representa el martirio de San Saturnino. El interior del pórtico se cubre con bóvedas de terceletes del siglo XVI. Hay algunos arcosolios de sepulcros y, en un ángulo del muro, una estatua de San Pedro bajo dosel. La portada de acceso a la iglesia es un bello ejemplar del gótico del siglo XIII. Se forma por un abocinado con seis arcos que apean en otras tantas columnatas. Los capiteles representan a la izquierda escenas de la infancia de Cristo y, a la derecha, de la pasión. En el dintel, escenas de la resurrección de los muertos y, en el tímpano, Cristo Juez, flanqueado por ángeles y por dos personajes arrodillados en actitud suplicante. La escultura sigue en las claves y remata con un Calvario sobre el arco superior. Las torres se construyeron con miras defensivas. Son dos, de planta cuadrangular, muy esbeltas. En principio eran de igual altura y almenadas. En el siglo XVIII se suprimieron las almenas y en la del Norte, o de las campanas, se elevó un chapitel octogonal de ladrillo. La del sur, o del reloj, a finales de ese siglo fue recrecida en unas hiladas y sobre ella se colocó un cupulín para albergar las campanas del reloj. Sobre él está la popular veleta llamada «el gallico de San Cernin».

El interior del templo se presenta como una sola nave amplia y elevada, aunque la longitud no corresponde a esas dimensiones. Tiene 33 m de largo por 15,5 de ancho y una altura de 25 m hasta la clave de las bóvedas. Se cubre por dos tramos de bóvedas sexpartitas y otro semioctogonal para la cabecera. Ésta posee gran originalidad, ya que se forma por un amplio ábside en el centro para la capilla mayor, más elevada; a sus lados, dos pequeñas capillas de planta poligonal y, a continuación de éstas, otras dos de planta cuadrada, ya que se alejan en el cuerpo bajo de las torres. A los pies de la nave se sitúa el coro alto, de la misma época de la construcción de la iglesia. Los altos ventanales de la capilla mayor se adornan con vidrieras, que datan de 1907, lo mismo que las de las capillas laterales. Todos los retablos son modernos y responden a una restauración neogótica: el mayor data de 1907, los colaterales, de la Santísima Trinidad y de la Purísima, son de 1916. Las dos capillas siguientes, a cada lado, están dedicadas a las Ánimas y a San Antonio, con retablos de 1902 y 1905. Otra capilla, junto a la puerta de ingreso, tiene por titular a San Jorge. Sobre el arco de esta capilla se halla un bajorrelieve de gran tamaño representando quizá a San Jorge en atuendo de caballero medieval. Bajo el coro, en el lado de la epístola, se sitúa la capilla del Santo Cristo. Su talla se alberga en un retablo neogótico de 1918. En su predela se aloja un pequeño retablo tallado en madera policromada, de estilo flamenco del siglo XV. Representa el Descendimiento. En las dos capillas laterales del ábside se hallan sepulcros de los siglos XV y XVI. Ocupando el lugar del antiguo claustro se construyó, a partir de 1758, la capilla de la Virgen del Camino, que tiene entidad propia, aunque se abra a la nave de San Cernin por un gran arco, situado frente a la entrada de la iglesia. Los autores del proyecto fueron Francisco de Ibero, Juan Gómez Gil y Juan Lorenzo Catalán. La planta es central, de cruz griega inscrita en un cuadrado, con un tramo de comunicación que la une con la citada nave parroquial. La cubierta tiene cinco cúpulas, situadas en el centro del crucero y en los rincones. Lo demás se cubre con bóveda de medio cañón, con lunetos. La cúpula central, mucho más alta que el resto, tiene, sobre cuatro pechinas, tambor octogonal con ventanas, sobre el que se eleva la propia cúpula, con linterna y cupulín. Las bóvedas son molduradas y arrancan de un entablamento aparatoso que, a su vez, se apoya en los capiteles de las pilastras de muros y pilares. Tras el retablo hay un camarín con bóveda elíptica rebajada. Toda la arquitectura responde a los planteamientos del barroco, aunque después se modificó algo la ornamentación, según los gustos neoclásicos.

El gran retablo que ocupa todo el ábside es obra de Juan Martín Andrés y fue terminado en 1773. El estilo es barroco, aunque ya con incursiones de neoclasicismo. Se compone de banco, cuerpo único de tres calles articuladas por pilastras laterales y dos columnas de fuste estriado y capitel compuesto y un gran cascarón sobre su banco. En dos hornacinas del banco inferior se hallan dos esculturas de la inmaculada y de Santa Teresa, traídas de Nápoles en 1772. Ya sobre el banco, las cuatro Virtudes Cardinales. En el templete central se alberga la imagen de la Virgen del Camino, y, a sus lados, San Joaquín y Santa Ana. Sobre el templete, San José y, en el cascarón, la figura de Dios Padre y varios ángeles músicos que se apoyan en el entablamento. La imagen de la Virgen del Camino fue originariamente una talla románica, pero en el siglo XVIII se le recubrió de plata y fue totalmente retocada. Se asienta sobre un podium de plata realizado en 1771, y sobre una gran peana procesional, también de plata.
Dos grandes lienzos, representando el Nacimiento y la Epifanía ornamentan la capilla. Fueron pintados por José Bexes en 1729.

Iglesia parroquial de San Nicolás

Un primer edificio románico existió antes de 1177. A raíz de las luchas entre los burgos de la ciudad, la iglesia fue quemada en 1222, por lo que fue reconstruida y consagrada en 1231. Por entonces tenía un marcado carácter defensivo, ya que formaba parte de la muralla de la ciudad. Tuvo dos torres, o quizá tres, siendo construida en el siglo XIV la que aún subsiste modificada. Al exterior no puede apreciarse su fisonomía gótica, ya que, entre 1884 y 1887 se construyó un pórtico neogótico que la rodea por el norte y el oeste. También entonces se abrió la puerta que da al paseo Sarasate. En este lado de la iglesia se instaló la casa parroquial y en 1902 se construyó una fachada neorrománica en el saliente del crucero, todo ello con trazas de Ángel Goicoechea. Por el exterior del ábside se contemplan sus tres lados reforzados con los contrafuertes y rasgados por altos ventanales. En el muro del hastial hay una portada gótica con cinco arquivoltas. Por encima, un gran rosetón gótico. Otra portada se abre al norte, con dos arquivoltas y capiteles protogóticos. Esta misma fachada es la única que ofrece a la vista algo de la construcción medieval: se ven los matacanes que corren desde el saliente del crucero hasta el de la torre, situada en el ángulo noroeste, con un campanario de ladrillo y almenas construidas en 1924, según proyecto de José Martínez de Ubago.

El interior fue restaurado, entre 1982-1986. Ofrece en su conjunto una planta de cruz latina con tres naves, crucero y ábside, situándose dos capillas al norte y una al sur del mismo. En la época románica se hizo el planteamiento de las tres naves con crucero y ábside. Subsisten los pilares cruciformes, las bóvedas de las naves laterales y el arranque del ábside. A la época de transición en el siglo XIII, de influjo cisterciense, pertenecen los muros y bóvedas de la nave principal y crucero, con arcos fajones y gruesos nervios. A otra tercera etapa, ya plenamente gótica, quizá después de la guerra de 1276, a finales del siglo XIII y comienzos del XIV, pertenece al ábside de planta semioctogonal, con bóveda gótica de gusto francés, partiendo sus nervios de columnitas adosadas que arrancan a media altura del muro. Se rasga por tres altos ventanales con mainel y tracerías superiores lobuladas. A este momento pertenece el rosetón del hastial. Las capillas que se hallan junto al presbiterio son de diversa planta y elevación, correspondiendo a las reformas del siglo XVI, al suprimir la elevación de las torres. En el muro occidental existen pasadizos de finalidad defensiva. En la parte noroccidental se acusan los gruesos muros de la torre subsistente. A los pies existe un coro, sobre una bóveda gótica. En el siglo XVIII se vistió la iglesia de numerosos retablos de buena calidad. Todos fueron desmontados con ocasión de la última restauración. En el presbiterio se ha habilitado parte de la sillería del coro, barroca del siglo XVIII. Al fondo se ha colocado un Crucifijo del siglo XIV. En el muro, a ambos lados hay sendas hornacinas góticas del siglo XVI. También se ha colocado en el presbiterio la talla del titular, San Nicolás, del siglo XVII. Durante esta restauración aparecieron unas pinturas murales del siglo XIV en los pilares del crucero donde empieza la capilla mayor. En el coro se está instalando el gran órgano barroco, construido en 1769.

Iglesia parroquial de San Lorenzo

La primitiva parroquia se construyó a comienzos del siglo XIII y debió quedar muy dañada en la guerra de 1276 por lo que, en los primeros años del siglo XIV, se construyó de nuevo, a continuación de la de San Cernin y quizá por los mismos canteros. Tenía claustro hacia el sur, que desapareció al ser construida en su lugar la capilla de San Fermín, en el siglo XVII. Su elevada torre formaba parte de la muralla de la ciudad. En el siglo XVIII se abrió a sus pies una bella portada barroca. Casi todo este templo gótico se hundió hacia el 1800. Sólo se conservan parte de los muros en el sur y las bóvedas de dos capillas góticas, decoradas con pinturas del siglo XIV, por encima de las actuales. La iglesia actual se construyó en los primeros años del siglo XIX y su arquitectura es pobre y poco inspirada, sin nada que notar al exterior. La vieja torre fue derribada en 1901 y en su lugar se construyó la actual fachada, con planos de Florencio Ansoleaga.
El interior se reduce a una amplia nave con capillas, rehundidas en el muro norte y más profundas en el del sur. El retablo mayor, construido por Florentino Istúriz según trazas de Angel Goicoechea, se colocó en 1908. Bajo el coro, al final del lado de la epístola, se sitúa la Virgen de la Soledad, muy venerada en la ciudad. La cara y manos fueron talladas por Rosendo Nobas en 1883.

La capilla de San Fermín se abre al lado de la epístola. En ella se venera al patrono de Navarra y para este objeto fue construida entre 1696-1717. Los planos son de Santiago Raón, Fray Juan de Alegría y Martín de Zaldúa. Se une por un tramo a la nave de la parroquia y es de planta de cruz griega inscrita en un cuadrado. Al exterior, en los lados sur y oeste, se ciñe por una doble ala de dos pisos, el inferior de piedra y el superior de ladrillo con balcones. Se adorna con arcos con cerámica en franjas y encuadres con el escudo de Pamplona. El templete que acoge la imagen de San Fermín es neoclásico, hecho según trazas de Francisco Sabando e inaugurado en 1819; sus esculturas y relieves son de Anselmo Salanova.
La propia imagen de San Fermín es un busto-relicario, talla en madera de finales del siglo XV. El relicario de plata colocado en el pecho es de la primera mitad del siglo XVI. En 1687 la imagen fue recubierta de plata. En 1746 se labró la peana de plata, según diseños de Carlos Casanova; el ejecutor fue el platero Antonio Ripando.

Iglesia parroquial de San Agustín

El templo se hizo para el convento de San Agustín, que fue construido a finales del siglo XIV y comienzos del XV. La iglesia, en su forma actual, data de los años 1525-1550. A raíz de la desamortización pasó a convertirse en parroquia (1882). La anterior fachada, que era de ladrillo y muy sencilla, fue sustituida por la actual, terminada en 1900, según proyecto de Florencio de Ansoleaga.
El interior se presenta como una amplia nave, con un ábside más estrecho y a la que se abren tres capillas a cada lado. Se cubre con elegantes bóvedas de terceletes distribuidas en seis tramos, separados por arcos fajones ojivales de platabanda moldurada. El ábside, que es de planta trapezoidal, pasa, mediante trompas conchiformes, a ser semioctogonal y de complicada tracería. Las capillas también se cubren con bóvedas de terceletes.
Todos los retablos anteriores desaparecieron de este recinto con la desamortización. El actual mayor y sus dos laterales son de 1915. En una pequeña capilla bajo el coro, en el lado del evangelio, hay un retablito barroco churrigueresco, procedente de la iglesia del extinguido convento del Carmen Calzado. De la misma procedencia es otro retablo barroco en la capilla de San Antonio, segu¬da de la epístola, y el mobiliario de la Sacristía. La pila bautismal, situada en otra antigua capilla bajo el coro, es medieval y procede de la iglesia de San Nicolás, de donde se trajo aquí al ser erigida esta iglesia en parroquia en 1882.

Iglesia parroquial de San Miguel Arcángel

Fue terminada en 1954 y se construyó con la intención de albergar en ella el retablo renacentista de la Catedral, que había sido desmontado unos años antes. Por ello su arquitectura, tanto al exterior como en el interior, evoca las formas tardorrenacentistas herrerianas. Fue trazada y ejecutada por el arquitecto José Yárnoz Larrosa. Tiene planta de cruz latina con dos naves laterales más bajas que comunican con la central por arcos de medio punto. Las bóvedas son timbren de medio punto y en la cúpula, sobre el crucero, están decoradas con pinturas de Ramón Stolz.
Todo el frente del ábside está ocupado por el grandioso retablo que fue hecho en 1598 para la catedral de Pamplona, por la munificencia del Cardenal Antonio Zapata. Sus autores fueron el ensamblador Domingo de Bidarte, los escultores Pedro González de San Pedro y Juan de Angulo y el pintor Juan Claver. La traza fue del platero José Velázquez de Medrano, quien se inspiró en la del retablo mayor de El Escorial. La planta es trapezoidal. Sobre un banco se alzan tres cuerpos y un ático. Los dos cuerpos inferiores están divididos en cinco calles, que se reducen a tres en el tercero. El ático consta de única caja terminada en frontón triangular. Todos los nichos se flanquean por columnas pareadas de fuste estriado, jónicas en el primer piso y corintias en los dos restantes. Entre los distintos cuerpos van amplios entablamentos sin ninguna interrupción de frontones, a excepción del que corona el nicho del primer cuerpo. La escultura sigue la pauta del romanismo navarro y tiene aquí uno de sus mejores ejemplares. La iconografía sigue las pautas trentinas y los deseos del obispo Zapata, que hizo incluir santos toledanos. En el banco van relieves de la pasión, entre los evangelistas y, en los extremos, San Antón y San Francisco de Asís. La calle central está ocupada por el tabernáculo, la Asunción, San Miguel (obra de M. Penella en 1953, que sustituyó a la talla original de San Pedro) y, por fin, el calvario. En el primer cuerpo lleva en los extremos las tallas de San Pedro y San Pablo y dos relieves con escenas de San Ildefonso y Santa Leocadia. El segundo cuerpo, sobre un entablamento con los Padres de la Iglesa, presenta en los extremos las tallas de San Agustín y San Ildefonso y, junto a la Asunción, los relieves del Nacimiento y Adoración de los pastores. El tercer cuerpo se apoya sobre otro entablamento con relieves de cuatro Obispos y el martirio de San Pedro en el centro. A San Pedro acompañaban dos profetas. A los extremos, dos mancebos sostienen los escudos de Zapata. Bajo el ático están los relieves de la Crucifixión y las figuras de dos virtudes. La caja del ático alberga las tres esculturas del Calvario; sobre él, en el frontón, el Padre Eterno.

Iglesia de Santo Domingo

Formó parte del convento de Dominicos, edificado en el siglo XVI. La iglesia fue levantada entre los años 1536 y 1568. Como otras que se edificaron entonces en Navarra, pertenece al gótico tardío. Consta de una amplia nave con tres capillas a los lados, separadas por contrafuertes internos, con crucero y tres ábsides en la cabecera, el central y el de la epístola, poligonales y el del evangelio, plano. Se cubre por bóvedas de terceletes. El coro está situado a los pies de la iglesia, sobre bóveda de aristas. La estructura no se aprecia al exterior, por estar rodeada del antiguo convento y casas. A mediados del siglo XVIII se abrió la entrada actual hacia la plaza de Santo Domingo, dotándola de una portada barroca de sobria decoración. Tiene dos cuerpos. Sobre el arco de medio punto se halla el escudo de la orden dominicana y, en sendas hornacinas, los Santos Domingo y Tomás de Aquino. Encima, en otra hornacina, la imagen de Santiago, titular de la Iglesia. Desde esta puerta se desciende a la iglesia por una amplia escalinata.
Se conservan en el interior los retablos anteriores a la desamortización. El retablo mayor se construyó inicialmente antes de 1574. Trabajaron en él los escultores Pierres Picart y Fray Juan de Beauves. En 1783 se reformó su estructura ampliándolo. A esta reforma pertenecen las grandes columnas, el gran entablamento superior, el frontón curvo, las pulseras y el remate superior. También se hizo por entonces un nuevo tabernáculo. Se presenta pues, en la actualidad, claramente diferenciado en dos partes, separadas por un amplio entablamento. La parte inferior, sobre un alto banco, distribuye la abundante escultura en dos pisos y cinco calles separadas por cuatro altas columnas situadas a os extremos y junto a la calle central.

En la parte superior hay un gran ático con dos cuerpos, realzada la calle central con dos columnas y frontón triangular, quedando a los lados otras dos hornacinas y copiosa ornamentación escultórica y heráldica. La escultura se distribuye por todo el retablo en relieves y tallas con temas del Evangelio, santos, personajes históricos y simbólicos. Pueden destacar su calidad los relieves de la predela y el de la coronación de la Virgen, en el ático. Los demás retablos se sitúan en las capillas. Así, comenzando por los pies en el lado del Evangelio, en la que hay bajo el órgano, con bóveda decorada en barroco hacia 1730, puede verse el retablo de San Vicente Ferrer, churrigueresco, de esa misma fecha. También hay un crucifijo renacentista. En la capilla siguiente hay un retablo barroco hecho en 1734, con dos cuerpos. En el bancal está incrustado un curioso relieve, anterior al resto del retablo, representando a todos los familiares de Cristo. En el muro, un gran lienzo de Vicente Berdusán representa a Santo Tomás. A continuación, la capilla de Santo Tomás tiene otro retablo barroco de dos cuerpos, en el muro, un monumental cuadro barroco representa a Santo Tomás, rodeado de sus comentaristas. Ya en el crucero está el retablo de San Ignacio, de escaso valor artístico y, más adelante, en el ábside, el de la Virgen del Rosario, de 1689. Es de estilo churrigueresco, de dos cuerpos. En el inferior está la talla de la Virgen, flanqueada por paneles decorados. En el superior hay tres pinturas con la Visitación, Santa Ana y San Fernando. El ático lleva el lienzo de la Crucifixión. Ya en el lado de la epístola, el ábside está ocupado por un retablo neogótico. En el propio crucero se halla el retablo de San José, barroco de dos cuerpos, con pinturas en el banco. A la derecha del retablo, un arco sepulcral, de 1622. La siguiente capilla tiene el retablo de San Pedro Mártir, churrigueresco, de 1750. Consta de dos cuerpos: el inferior tiene la estatua del titular y dos pinturas y el superior, la imagen de San Francisco Javier. En la última capilla, antes de la escalinata de entrada de la iglesia, está la capilla de San Urbano, con un retablo de mediados del siglo XVII, con un gran lienzo representando la aparición de Santo Domingo en Suriano: Las columnas son corintias y el remate de molduras. La imagen de San Urbano está colocada delante del lienzo.
Del órgano construido hacia 1658 se conserva aún la caja barroca, bellamente tallada, con algunas esculturas.

Iglesia de Agustinas Recoletas

Construido entre 1624-1634 y se conserva en su totalidad. Su traza se debió al arquitecto Juan Gómez de Mora. La fachada de la iglesia, que se asoma a una hermosa plaza, responde, como todo el edificio, al estilo madrileño impuesto en la época de Felipe III. En la parte inferior se abre un pórtico de tres arcos de medio punto, con aparejo de piedra de sillería almohadillado. El resto de la fachada es de ladrillo, con dos pilastras a los lados y tableros relevados. En el centro lleva un nicho, con la escultura de la Inmaculada, sobre el que se abre una ventana que da luz al coro, teniendo a los lados los escudos del fundador. La talla de la Virgen y los escudos son obra del escultor pamplonés Miguel López de Ganuza. La fachada termina con frontón triangular. En el interior, el templo es de una nave con crucero. La nave se cubre con bóveda de cañón y lunetos y sobre el crucero se eleva una cúpula sobre pechinas. Hay coro alto, a los pies de la nave, y coro bajo junto al presbiterio. La decoración de la iglesia es barroca y se enriquece con lienzos de pintura.
Cuatro retablos barrocos embellecen el recinto. El retablo mayor y los dos laterales en el crucero son obra del escultor y arquitecto tudelano Francisco de Gurrea, entre 1700-1708. Es de estilo churrigueresco y está formado por doble bancal, un cuerpo principal repartido en tres calles y un remate semicircular para adaptarse a la bóveda. Todo él está ornamentado con profusa decoración barroca y abundante escultura. En el bancal se ven dos relieves representando el Nacimiento y Asunción de la Virgen. En el cuerpo principal, ocupa la hornacina central una talla de la Inmaculada. A su lado, y sustituyendo a columnas, las tallas de San Agustín y Santa Mónica. En las calles laterales, San Juan Bautista y Santa Catalina (alusivas a los nombres de los fundadores). En el ático, un calvario, renacentista, y en los extremos, las esculturas de San Francisco y Santa Clara.

El estofado y dorado es obra de Francisco de Aguirre. En cuanto a la escultura, son obra de Juan de Peralta, tudelano, los relieves del banco, la talla de la Inmaculada y los ángeles distribuidos por todo el retablo. El calvario pertenece a otro retablo anterior, obra de Domingo de Bidarte y Domingo de Lussa (1631-1633). El resto de las esculturas son del propio Francisco de Gurrea.
Los dos retablos colaterales, de los mismos autores que el mayor, están dedicados a San Antonio de Padua, el del evangelio, y a San José, el de la epístola. En el muro lateral del crucero del Evangelio hay otro retablo barroco (1674) que acoge la imagen renacentista de la Virgen de las Maravillas. Lo completan algunas pinturas y tallas de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.
En el interior del convento se conservan notables obras de escultura, pintura, orfebrería, artes menores y ornamentos litúrgicos. Entre sus autores figuran los escultores Juan de Ancheta, Manuel Pereira, Pedro de Mena y los pintores Antonio Ricci, Oracio Borgianni, Francisco Camilo, Pedro de Villafranca, Jacobo Palma el Joven y Vicente Carducho.

Iglesia de los padres Carmelitas.

El convento e iglesia de Carmelitas Descalzos fueron construidos entre 1644-1672. Fueron sus tracistas principales el hermano Nicolás y fray Alonso de San José. El conjunto constituye un buen ejemplo de arquitectura conventual del siglo XVII español. Las dependencias conventuales se organizan a partir del claustro, que forma en planta un cuadrado, el alzado se configura en tres cuerpos, uno de piedra a manera de zócalo y dos de ladrillo con todos los vanos adintelados, menos en el ala norte, en la que se abren cinco arcadas de medio punto en la planta baja. La iglesia ostenta una fachada, construida entre 1668-1672, semejante a la cercana de Recoletas, pero aquí es toda de piedra. Consta de tres calles rectangulares, más ancha la central, a la que se unen las laterales por medio de aletones. Sobre un pórtico de tres arcos, se alza el cuerpo central, que, a su vez, se subdivide en tres calles separadas por pilastras. En la central se abre una hornacina con la talla de Santa Ana y, sobre ella, un gran vano adintelado. El resto del cuerpo central se ocupa con paneles rectangulares. Dos de ellos son ocupados por escudos de la Orden. El conjunto remata en frontón triangular con óculo central y cruz y bolas sobre él. Las calles laterales presentan marcos simulados y paneles rectangulares en la parte inferior y otros resaltes con ventanas en la superior.

El interior, construido entre 1662 y 1669, tiene planta de cruz latina inscrita en un rectángulo con capillas laterales entre los contrafuertes y coro alto a los pies. Además, en el muro frontal del crucero sur se abre una capilla dedicada a San Joaquín. Los muros se organizan con pilastras de orden jónico-toscano, sobre las que monta una cornisa moldurada. Las capillas se comunican con la nave y entre sí por arcos de medio punto. La nave central, la cabecera y los brazos del crucero se cubren por tramos de bóveda de medio punto con lunetos y se ornamentan con decoración geométrica. Cubre el crucero una media naranja que voltea sobre pechinas y se decora también con yeserías de dibujo geométrico. En la clave se sitúa un escudo de la Orden. Las tres capillas del Evangelio se cubren por bóvedas semiesféricas con linternas, mientras que las de la epístola lo hacen con bóvedas de arista rebajadas. El sotocoro y sus capillas laterales van cubiertos por bóvedas de medio cañón rebajado, con lunetos. La capilla de San Joaquín se cubre por bóveda de media naranja con pequeña linterna sobre pechinas. En 1750 se decoró con yeserías y pinturas de gusto barroco.
Las únicas ventanas para iluminación se abren en el hastial y en los muros frontales del crucero.
La iglesia está llena de retablos que, en su mayor pa

A) Documentos digitalizados (públicos y privados) de interés para la localidad

 

B) Enlace al archivo municipal

 

C) Otros archivos con documentos relevantes sobre la localidad 

Archivo General y Real de Navarra

 

  
Archivo General y Real de Navarra 

 
 Archivo diocesano 

  
Archivo Diocesano del Arzobispado de Pamplona y Tudela