ARCHIVO del patrimonio inmaterial de NAVARRA

Roncesvalles

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  • Denominación oficial:
    Orreaga / Roncesvalles
  • Censo:
    26
  • Extensión:
    15.00 km2
  • Altitud:
    941 m.
  • Pamplona (distancia):
    47.00 Km


Limita al N con Valcarlos y el monte del Estado Changoa, al E con los montes de Aézcoa, al S y O con Burguete. Casi todo el término municipal corresponde al viejo macizo paleozoico de Alduides o Quinto Real, formado por un complejo de cuarcitas y esquistos del Ordovicio y Devónico, muy plegado y cabalgante hacia el S. En sus zonas culminantes destacan los montes Guiruzu (1.280 m), Mendimotz (1.499 m) y Ortzanzurieta (1.570 m). Dicho macizo termina hacia el S en un escarpe de falla cabalgante sobre la llanura de Burguete-Roncesvalles (900-950 m). La colegiata se halla precisamente en el contacto de estas dos grandes unidades geomorfológicas.
 

Heráldica municipal

Cuartelado: 1.° y 4.° de oro y un enebro en su color natural. 2.° y 3.° de gules y un ciervo de plata con las pezuñas y astas de oro. Procede este blasón del sello céreo más antiguo que se conoce de la villa, del siglo XIII, y que tiene en el anverso un ciervo siniestrado con la leyenda Santa María Ora Nobis y en el reverso una rama de enebro cargada de fruto, arbusto muy abundante en la región. Según algunos filólogos, este árbol es el que da nombre al Valle, ya que en euskera significa lugar donde abundan los enebros. Por su parte, las armas de la colegiata son una cruz verde con el extremo superior en forma de báculo y la punta afinada en forma de espada.

Casa Consistorial

No tiene por carecer su ayuntamiento de bienes propios. Utiliza como tal unas dependencias de la colegiata y anexas a ella. El local consta de planta baja, una elevada y desván. Las características constructivas son similares a las de la colegiata. Tiene sus muros revocados y pintados. Su ayuntamiento está regido por alcalde y tres concejales. Tiene la secretaría compartida con Burguete y Erro.

Historia

La colegiata, antiguo hospital de peregrinos jacobeos, fue fundada en 1127 por don Sancho de Larrosa, obispo de Pamplona, quien construyó una hospedería en Ibañeta y el 16 de junio erigió una cofradía de obispos, abades, clérigos y laicos para financiar la hospedería, encomendada al cuidado de dos capellanes y un limosnero. Hacia 1132 el hospital se trasladó hasta su actual emplazamiento. Como la cofradía no pudo asegurar la supervivencia de la fundación, se la dotó de rentas fijas: el obispo le dio todas las iglesias de Aézcoa y el cabildo de Pamplona le entregó las que tenía en los valles de Esteríbar y Erro. Se estableció que un canónigo de Pamplona rigiese siempre la hospedería como prior. Él y los dos capellanes debieron de constituir el núcleo inicial del futuro cabildo de canónigos de Roncesvalles que, como su modelo pamplonés, se rigió por la regla de San Agustín. En 1137 Inocencio II acogió bajo la protección a la iglesia y al hospital de Roncesvalles y confirmó sus posesiones, con lo que se culminó el proceso fundacional. Poco después debió de construirse la capilla funeraria de Sancti Spiritus, conocida en la Edad Media como capilla de Roldán.

La difusión del nombre de Roncesvalles a través de cantares de gesta que narraban la batalla del 778 facilitó el auge del hospital, aunque el crecimiento fue lento hasta finales del siglo XII, época en que comienza su eclosión. La hospedería estaba entonces perfectamente dotada y contaba incluso con dos casas separadas, una para hombres y otra para mujeres, según un poema coetáneo hecho en alabanza de Roncesvalles, que describe también su funcionamiento y las atenciones que recibían los peregrinos. El rey Sancho VII el Fuerte construyó y dotó espléndidamente la actual iglesia, que se consagró en 1219 y en la que recibió sepultura el propio monarca.
Durante el siglo XIII el dominio (o conjunto de bienes y derechos) de la colegiata en Navarra se extiende prioritariamente hacia el sur de su núcleo inicial. A través del Camino de Santiago alcanza la Cuenca de Pamplona, desde donde se despliega en abanico: Lónguida, Unciti, Elorz, Valdorba, Valdizarbe, Yerri y ciertas villas de la zona media y la Ribera. Como complemento a esta expansión meridional hay que anotar los bienes que recibió o compró en pueblos cercanos de Ultrapuertos, o incluso más lejos, en Soule.

Para encuadrar este cúmulo de propiedades se crearon doce encomiendas en Navarra: Anchóriz, Artajo, Atarrabia, Cataláin, Cilveti, Ecay, Larrasoaña, Lorca, Peralta, Sangüesa, Tudela y Zabalceta. Durante el siglo XIV y la primera mitad del XV siguió recibiendo bienes cuya ubicación preferente, aunque no exclusiva, era similar a la zona ya reseñada, pero ampliando su perímetro. La cesión del patronato de una quincena de iglesias en la primera mitad del siglo XV fue quizás la más destacable ampliación del dominio en la época bajomedieval.
Pero lo que distingue a Roncesvalles con respecto a otras instituciones eclesiásticas navarras es que el ámbito de su dominio alcanzaba no sólo a España, sino a varias naciones de Europa occidental. Ya en 1193 recibió su primera iglesia fuera de Navarra, en Galicia, y a principios del XIII recibía las encomiendas de El Villar y Zamora en el reino de León. En Castilla se le dio el hospital de Velliza y posesiones en las provincias de Segovia y Soria. Poseyó la iglesia de Zumaya (Guipúzcoa). También obtuvo bienes y encomiendas en Aragón (San Julián de Andria, cerca de Lierta) e incluso en tierras recientemente reconquistadas, como Valencia (encomienda de Puzol) y la propia Sevilla. La enmienda de Leomil fue el núcleo de sus posesiones portuguesas y se mantuvo hasta el siglo XIX. Fuera ya de la Península Ibérica cabe destacar las encomiendas de Santa María Mascarella (Bolonia), Londres, y en Francia las de Samatan (cerca de Toulouse) y Montpellier y las posesiones de Champaña. La colegiata mantuvo estos bienes transpirenaicos hasta el siglo XVI, los perdió, en parte a consecuencia de las convulsiones que acarreó la reforma protestante. Únicamente Samatan se mantuvo a duras penas hasta que en 1631 fue entregado a San Saturnino de Toulouse a cambio de recibir el priorato de Artajona.

El auge de Roncesvalles explica las disputas que se registraron en la elección de prior entre los propios frailes (1204). Luego fue el cabildo de Pamplona quien reclamó el derecho a elegir prior (1217), cuando poco antes los frailes habían obtenido del papa el privilegio de elegir su prior dentro de la comunidad (es decir, sin necesidad de que fuera canónigo de Pamplona). En 1218 Honorio III ratificó la concesión, pero ordenó que el obispo de Pamplona participase en la elección. Dos nuevos pleitos promovería el cabildo pamplonés para lograr que el prior fuera elegido entre sus miembros (1270-73 y 1302-03), pero fracasó en ambos. El prestigio que alcanzó el prior de Roncesvalles se evidenció en el uso de atributos episcopales y en su asistencia a las Cortes de Navarra ya en la segunda mitad del siglo XIII. En 1287 la orden de Roncesvalles aprobó unos estatutos, ampliación de otros anteriores, que sirvieron para regir la vida de la compleja organización creada en torno a la hospedería de peregrinos. Estos estatutos se referían a la comunidad como orden, vaga definición con la que se trataba de oscurecer su carácterr de cabildo de canónigos de San Agustín y hacer hincapié en su función de orden hospitalaria autónoma, especial. En la primera mitad del siglo XIV se enfrentaron los priores, que defendían esta segunda opción, y los frailes, que preferían llamarse canónigos e igualarse a los de Pamplona en régimen de vida. En el fondo y so capa de ciertas reivindicaciones, deseaban reducir las tareas hospitalarias de la casa y hacer de ella un simple cabildo con prebendas individuales. La sentencia del obispo de Pamplona (1371) les confirmó el nombre de canónigos y aumentó sus dotaciones, pero conservó en manos del prior la administración del grueso de las rentas.

Otro factor vino a empeorar la situación interna de Roncesvalles a mediados del siglo XIV. La Santa Sede incluyó a Roncesvalles entre los beneficios consistoriales y quiso reservarse el nombramiento de los priores, privando al propio cabildo del derecho de elección, cosa que logró a principios del siglo XV. Además los priores consiguieron durante un siglo (1424-1527) determinar su propia sucesión mediante la figura de priores coadjutores con derecho a sucesión. El priorato se convirtió en un enclave agramontés y sus titulares llegaron a escatimar a los canónigos sus dotaciones. Estas convulsiones no minaron ni el prestigio ni las rentas de Roncesvalles. Tanto es así que, cuando en dos ocasiones (1405 y 1500) se intentó hacer de Pamplona un arzobispado, en ambas se proyectó establecer una de las diócesis sufragáneas allí. Tampoco dejó de practicarse la hospitalidad en favor de los peregrinos jacobeos, raíz esencial y justificación primera de la existencia del hospital de Sta. María de Roncesvalles.
Tras la conquista de Navarra por Fernando el Católico (1512), Roncesvalles se vio sometido como los demás lugares fuertes del reino a la política de desarme que llevó a cabo el duque de Alba, al tiempo en que se esperaba la ocasión de apoyar el nombramiento de un prior bien visto por la nueva dinastía. Lo sería entre 1518 y 1542 don Francisco de Navarra, miembro de una de las familias más prestigiosas de este reino.

De su época data la concordia tripartita (1534), en virtud de la cual las rentas de la colegiata se repartieron en adelante por igual entre el mismo prior, el cabildo y su mensa, y el hospital y fábrica de la iglesia. Hasta entonces, al quedar todo al arbitrio de los priores, se daban situaciones de verdadera injusticia y de mal gobierno. Es interesante advertir que la medida es paralela a las disposiciones semejantes que se adoptaron en esos mismos años en los monasterios navarros.
Por otra parte, la desvinculación de la dinastía navarra de la de Francia acentuó las consecuencias del carácter fronterizo del lugar por parte de los Labrit (así, principalmente, en 1523) y, además, la segregación de la merindad de Ultrapuertos indujo a las autoridades civiles del reino a reforzar la guarnición del puerto de Ibañeta, lo que daría de inmediato lugar a tropiezos entre la tropa y los transeúntes, también los que se acercaban a la colegiata por razones estrictamente religiosas. Por otra parte, esa misma segregación creó el problema de la existencia de bienes y derechos jurisdiccionales de la colegiata sobre personas y tierras y edificios desde entonces franceses; problema que no terminaría de resolverse hasta el siglo XIX.

En el XVI, algunos priores pretendieron la derogación de la bula pontificia que había sancionado la distribución tripartita de las rentas; se hallaba en la colegiata el insigne Martín de Azpilcueta y pasó por ella en 1559 la reina Isabel, procedente de París. En el siglo XVII se afirmó el poder político de los priores por lo mismo que se acentúa la importancia de la defensa de la frontera -entre otros factores-; como antaño, éstos y los anteriores y posteriores priores tenían asiento y voto en las cortes del reino, pero entonces, además, algunos de ellos fueron designados miembros de la diputación permanente del reino: concretamente Torres y Grijalba en 1644 e Iñiguez Abarca en 1688. Con el planteamiento del problema de la sucesión al trono de España a comienzos del siglo XVIII, Roncesvalles se pronunció por Felipe de Borbón (V de Castilla y VII de Navarra) y recibió en distintos momentos a la reina Isabel de Farnesio, segunda esposa del monarca, y a la reina viuda de Carlos II (V de Navarra) María Ana de Neoburgo. Roncesvalles sufrió un devastador incendio en 1724 y, antes de que terminara la centuria, la guerra contra la Convención francesa de 1793-1795, en la que, con la ofensiva francesa de 1794, se destruyeron varios de sus edificios.
La colegiata se hallaba en esos momentos, sin embargo, en lo que puede considerarse su cénit y el esbozo de su declive; en todo el lugar vivían 118 personas (que serán sólo 89 en 1847); entre aquéllas se contaban el abad, ocho canónigos, seis racioneros v dos capellanes. Entonces se empezó a hablar de secularizar el cabildo. Y en tal sentido se representó a las cortes de Navarra en 1795, sin éxito.

Mediado el siglo XIX, era una iglesia de patronato real, y el monarca designaba prior. No había número fijo de canónigos, eligiendo éstos y el prior los que podían mantenerse con las rentas, aunque no habían de pasar de doce, aparte de cuatro racioneros y dos capellanes, uno de éstos el organista, con misión de regir la capilla, compuesta de un tenor, un bajista, dos bajetes y cinco infantes.
La colegiata había sufrido las guerras de fines del XVIII y comienzos del XIX también desde el punto de vista económico; en la de Independencia (1808-1814) hubo de enajenar buena parte de sus joyas; además, el 25 de julio de 1813 fue objeto del último ataque importante de las armas francesas, en el desesperado intento de salvar Pamplona; las tropas del mariscal Soult asaltaron Roncesvalles, que defendía el general Bying, quien consideró más prudente replegarse a Lizoain y Zubiri.
Durante los cuarenta años siguientes, Roncesvalles entró en la crisis general que supusieron -como causas y como efectos- la guerra carlista y la desamortización. Son los años también en que se zanjaron casi definitivamente los problemas de límites que enfrentaban a navarros de ambas vertientes del Pirineo; solución en cuyas negociaciones ocupó el cabildo un lugar de particular relevancia.
Con los prioratos de Francisco y Nicolás Polit González coincide la última guerra carlista, en que estas montañas volvieron a sumarse a la causa legitimista, y el inicio del movimiento de peregrinaciones característico de la espiritualidad católica de la segunda mitad del siglo XIX y del XX. De entonces data la formalización, con los perfiles actuales, de las romerías a Roncesvalles; aunque se realizaran incluso desde siglos antes en algunos casos. José Urrutia Beraiz y Fermín Goicoechea y Jaunsarás serían los primeros abades del siglo XX.

Enlaces a archivos de interés:

Archivo General y Real de Navarra

 

   Archivo General y Real de Navarra 

   Archivo diocesano 

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La importancia que la real colegiata de Santa María de
Roncesvalles revistió en la vida medieval y posterior del Reino de
Navarra se patentiza en las interesantes fábricas arquitectónicas tanto
como en la riqueza de su tesoro artístico. Desconocemos cómo fueron las
primeras edificaciones. Por supuesto, nada queda de la primitiva
construcción (1127), al parecer emplazada en el alto de Ibañeta, que
por la crudeza del clima fue trasladada muy pronto (1132) a su
ubicación actual, al pie del puerto.

Iglesia colegial

La que hoy en día podemos contemplar se remonta al primer cuarto del
siglo XIII, cuando fue edificada bajo la protección de Sancho VII el
Fuerte (1194-1234) y durante el priorato de Martín de Gurrea. Destaca
ante todo la fuerte relación con templos franceses contemporáneos,
concretamente con la escuela arquitectónica que se desarrolla en la
cuenca parisina y territorios aledaños inspirada en la gran fábrica de
Notre-Dame de París desde finales del siglo XII.

Sus conexiones ultrapirenaicas son sólo explicables mediante la
dirección de un maestro procedente de aquellas tierras, que llevó a
cabo una obra totalmente importada, temprana en el panorama hispánico y
escasa de continuaciones incluso en el reino navarro. Sin embargo,
guerras, destrucciones y la acción de los siglos hicieron que a
comienzos del siglo XVIII se considerara necesaria una intervención
profunda en la iglesia, que enmascaró la fábrica gótica bajo una
apariencia acorde con la época. La dirección de las obras correspondió
al maestro mayor de cantería Jerónimo Buega y a Gabriel de Azcaga en
1622 y 1627. Ya en nuestro siglo, recuperada la colegiata de los graves
sucesos del XIX, que llevaron incluso a su abandono por parte del
cabildo, se pensó conveniente una restauración profunda que devolviera
al templo su antigua prestancia. La labor fue encargada a Onofre
Larumbe y al arquitecto José Garraus. La pretendida recuperación de la
primitiva construcción gótica se vio ampliamente sobrepasada por los
resultados y provocó división de opiniones entre cabildo y
restauradores. Sin duda la intervención fue excesiva: se reconstruyó
demasiado, en algunos aspectos sin fundamento suficiente.

El templo constituye la transposición a este lado del pirineo de una
tipología característica: la simplificación de la cabecera de la
catedral parisina. Además de contar con este precedente ilustre,
podemos explicar su fácil adaptación a tierras lejanas debido a la
sencillez de trazado: nave central de doble anchura que las laterales y
ábside único poligonal. La nave mayor, como corresponde a su
cronología, se cubre mediante bóvedas sexpatitas, en tanto que las
laterales sostienen tramos de crucería simple; la cabecera consta de
más nervios en razón de su traza poligonal. Toda la planta está
perfectamente estructurada a partir de un módulo cuadrado (en este caso
cada tramo de nave lateral), como suele acontecer en iglesias góticas.
De clara raigambre francesa son también los capiteles que culminan los
gruesos pilares de separación entre naves, cuyos variados diseños
juegan con el tema común de hileras de "crochets", más volumétricos y
menos detallistas que sus modelos parisinos. La nave central superpone
a los arcos de separación dos cuerpos, uno a manera de triforio
distribuido en tramos de cuatro arquillos apuntados y otro culminante
que proporcionó gran luminosidad a través de sus óculos festoneados. En
la actualidad, unos cegados y otros sin iluminación exterior directa,
no cumplen la función para la que fueron construidos. Un rosetón de
mayores dimensiones perfora el hastial, aunque su desafortunada
realización y el ser completamente nuevo desmerecen del resto del
edificio.

Ocupa el lugar preferente del templo, en el centro de la capilla mayor,
la preciosa imagen de nuestra Señora de Roncesvalles, que representa a
la Virgen sedente con el Niño que se incorpora en su regazo. Se trata
de una pieza de orfebrería muy interesante, vinculada a talleres
tolosanos del segundo cuarto del siglo XIV, en que el movimiento y
armonía de la composición, la delicadeza de los rasgos y la cuidadosa
disposición de los plegados avaloran una iconografía típicamente gótica
que relaciona de modo intimista a la madre con su hijo.

Bajo la cabecera se encuentra una interesante cripta de reducidas
dimensiones a la que se accede por medio de un pasaje acodado con
bóveda apuntada a partir del muro de la nave del evangelio. También
desde esta nave se abren los vanos correspondientes a los ingresos a la
sacristía nueva (del presente siglo), a la torre de campanas y a la
escalera conducente al coro y triforios. La cripta, hoy en desuso, se
halla decorada por pinturas murales góticas que recogen diversos
motivos geométricos y ornamentales. Tres vanos de medio punto iluminan
sus dos espacios, uno rectangular bajo cañón apuntado y otro poligonal,
similar a la capilla mayor en dimensiones y abovedamiento, si bien
menos ornamentado en nervios y capiteles. Por su parte, desde la nave
de la epístola se puede pasar al claustro a través de una escalera
remodelada en una restauración de nuestro siglo que imita otra del
castillo de Loarre. Dos tramos de la misma nave lateral presentan
sepulcros de arcosolio, el cuarto da acceso a la capilla del Santísimo
y el inmediato al ábside presenta una hornacina moderna con el altar
del Crucificado.

Los exteriores de la iglesia sólo evidencian las disposiciones internas
en el ábside, que en unión a la capilla de San Agustín y otras
dependencias hacen que la vista desde los hayedos a oriente del
conjunto sea una de las más afortunadas y significativas. Desde el
nivel del suelo se alzan los paramentos perforados por los vanos de la
cripta y los ventanales alargados de la capilla mayor, articulados por
esbeltos contrafuertes que contribuyen a dotar al templo de la
verticalidad característica del gótico. En cambio, los arbotantes que
descargan los empujes de la bóveda central se encuentran ocultos bajo
el tejado de cinc continuo, adecuado para soportar la crudeza del
invierno pirenaico, aunque poco satisfactorio tanto desde el punto de
vista de solución estética como desde criterios históricos. La portada
es sin duda uno de los elementos menos afortunados del conjunto: los
relieves del tímpano (Virgen sedente con el Niño entre ángeles) y
dintel carecen de gracia, el rosetón llama la atención por su trazado y
por el tipo de piedra usado, y el piñón resulta frío y académico. Por
fortuna, el campanario con sus matacanes, la presencia del camino de
peregrinos y tantas otras dependencias cargadas de historia hacen que
los errores de las restauraciones pierdan importancia dentro del
entorno.

A mediodía de la iglesia se alza el claustro, edificado entre 1615 y
1660 para sustituir a uno gótico previo hundido por la nieve en 1600.
Al parecer, este claustro previo, del que sólo se conservan fragmentos,
estaba inspirado en el de la catedral de Pamplona. El actual, pese a la
dirección de obras por maestros como Juan de Aranegui y Juan Naveda,
conocedores de las maneras constructivas del siglo XVII, recibió una
impronta de sobriedad y un sabor medieval patente en las galerías de
potentes arcos apuntados y en la ausencia casi total de ornamentación.

En la crujía oriental del claustro, justo en el lugar que en la seo
pamplonesa ocupa la capilla Barbazana, el cabildo colegial levantó la
maciza torre de San Agustín, de planta cuadrada cubierta con bóveda de
terceletes en cuyas claves reconocemos la Virgen sedente con el Niño y
varios ángeles. Desde 1912 se encuentra en el centro la cubierta del
sepulcro primitivo de Sancho VII, con una estatua yacente del monarca
que corresponde por su estilo al pleno siglo XIII, cuando fueron
trasladados a la colegiata los restos mortales del rey. Su colocación
originaria se localizaba en lugar principal de la iglesia, hasta que, a
consecuencia de un nefasto traslado, hubo de ser sustituida en el siglo
XVII por las esculturas arrodilladas de Sancho VII y su mujer. Pese a
la generalizada restauración a cargo de Ansoleaga a comienzos de
nuestro siglo, los vanos actuales responden a otros originarios, en
tanto que tracerías, ornamentación escultórica y vidrieras son
completamente nuevas. La capilla dispone en su lado este de una
capillita de reducidas dimensiones, bajo bóveda de crucería, flanqueada
por dos nichos que sirvieron para alojar tesoro y archivo. Algunos
restos decorativos como capiteles del claustro gótico, fragmentos de
una Virgen de la misma época y diversos objetos vinculados a las
leyendas del lugar completan el ornato de la capilla.

Codex Calixtinus

Fuera del conjunto claustral, al borde del camino que conduce hacia
Pamplona, se halla la capilla del Espíritu Santo, considerada
tradicionalmente como el edificio más antiguo de Roncesvalles.
Correspondería según voz popular a la capilla alzada por Carlomagno
para servir de enterramiento y recuerdo a los francos muertos en la
batalla del 778. Otros autores la han identificado con la iglesia que
se veía junto al hospital hacia 1140, conforme a las descripciones del
. Quizá la referencia más fidedigna es la recogida por La Preciosa,
según la cual a comienzos del siglo XIII existía este edificio de
planta cuadrada, abovedado, que culminaba en una cruz. No existen
indicios arquitectónicos ni arqueológicos que permitan adelantar la
construcción más allá del siglo XII. La actual bóveda de crucería que
la cubre, desfigurada en su perímetro desde una reciente restauración,
ha de situarse en época cercana a la fábrica gótica de la iglesia.
Destaca la existencia de un nivel inferior constituido por un pozo
cuadrangular de unos 12 m de profundidad que ha servido de carnario
para los numerosos peregrinos fallecidos en el paso del pirineo.
Capilla y pozo están rodeados por una arquería de medio punto
cuadrangular, a manera de claustro perimetral, que protegía unas
antiguas pinturas hoy perdidas y ya muy deterioradas en el siglo XVII.

Junto a la capilla del Espíritu Santo se localiza la de Santiago,
inevitable en este lugar tan importante en el camino jacobeo. Se trata
de un pequeño templo rectangular de cabecera recta compuesta por dos
tramos cubiertos mediante bóvedas de crucería sencilla, cuyos elementos
de ladrillo y nervaturas denotan una intervención generalizada siglos
después de su originaria construcción. La portada permite situarla en
fecha poco posterior a la iglesia colegial. También a época gótica
debemos asignar el inmueble llamado "Itzandeguía", que juega importante
papel en las leyendas del lugar (la consideran el primitivo alojamiento
de la imagen titular). Muy transformada interior y exteriormente, sólo
los arranques de dos grandes arcos diafragma son testigos de los cinco
que componían una amplia nave, única relacionable con arquitecturas de
finalidad no litúrgica. Otras edificaciones completan el panorama
arquitectónico colegial: la torre de campanas del gótico avanzado; los
restos del molino; la posada del siglo XVII renovada en el XIX; las
casas de beneficiados del XVIII; el hospital y la casa prioral de
comienzos del XIX; la casa de canónigos, poco posterior; y la
biblioteca-museo de finales del siglo pasado.

Martirio de San Lorenzo

Precisamente el piso bajo de este último inmueble aloja la interesante
colección de obras artísticas que constituyen el Museo de Roncesvalles.
Destaca entre la orfebrería el Evangeliario, cuyas ricas cubiertas de
plata muestran al Pantócrator con el Tetramorfos y al Cristo
Crucificado, obra del segundo cuarto del siglo XIII; el llamado
"Ajedrez de Carlomagno", relicario en damero decorado con multitud de
imágenes que conforman una iconografía relativa a la segunda venida de
Jesucristo en la gloria, compuestas en esmalte traslúcido, obra
realizada en Montpellier mediado el siglo XIV; la arqueta de filigrana
gótica con decoración heráldica y geométrica fechable en el tránsito
del siglo XIII al XIV; la Virgen del Tesoro, derivación gótica, también
en plata, y a menor escala, de la titular de la colegiata; una cruz
procesional del siglo XVI enviada por don Francisco de Navarra desde
Badajoz; y dos cálices, de taller navarro, de buena labra renacentista.
Otro apartado reseñable lo forman las pinturas: la hermosa tabla de la
Sagrada Familia, obra de Luis de Morales con evidente inspiración
manierista; el tríptico del Calvario, igualmente del siglo XVI,
vinculable al renacimiento centroeuropeo por su detallismo y
expresionismo el lienzo barroco del , cuya composición y cromatismo
denotan su factura en la primera mitad del siglo XVII. Varias piezas
más, aparte de monedas y documentos, completan los fondos de este
museo, recientemente reacondicionado.

Algunas esculturas al aire libre completan Roncesvalles: así la cruz de
piedra de los Peregrinos, en la salida hacia Pamplona, o la llamada
fuente de los Ángeles, tan desgastada que sólo mediante grabados
antiguos podemos descifrar toda su iconografía. Con todo ello, la
colegiata destaca como uno de los conjuntos monumentales y artísticos
de mayor entidad dentro de los límites del viejo reino navarro.

Enlaces de interés: 

Catálogo Monumental de Navarra

 

  Merindad de Sangüesa

A) Documentos digitalizados (públicos y privados) de interés para la localidad

 

B) Enlace al archivo municipal

 

C) Otros archivos con documentos relevantes sobre la localidad 

Archivo General y Real de Navarra

 

  
Archivo General y Real de Navarra 

 
 Archivo diocesano 

  
Archivo Diocesano del Arzobispado de Pamplona y Tudela