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EL CHICO DE LAS MANZANAS

  • Audio mota:
  •       - Testimonio
  • Sailkapena:
  •       - Herri ipuinak
  • Ikertzailea / laguntzailea:
  •       - Ekiñe Delgado Zugarrondo
  • Audioaren kokapen:
    Zúñiga
  • Informatzaile mota:
    Individual
  • Audioaren informatzaileak:
    Ochoa, Luis
  • Audioko agenteak:
    Alfredo Asiáin Ansorena

Había un crío muy travieso, muy travieso. Y, de vez en cuando, faltaba de casa, sobre todo a las noches, porque le gustaba ir a robar por ahí. Bueno, más que a robar, a comer cerezas y otras cosas de las huertas. Entonces algu- no de los amos lo fue fichando, porque se dio cuenta de que faltaban cosas. Y había unos hombres ya mayores, muy graciosos, y pensaron: –A este crío le tenemos que quitar esa costumbre tan fea de robar. Y entonces ingeniaron: –Le vamos a espiar un poco y nos vamos a vestir de Virgen de Ánimas. En aquellos años, les llamaban ánimas e iban de blanco con unos aguje- ros en la caperuza como penitentes en Semana Santa. Se hicieron pasar, por tanto, por almas del purgatorio. –Vamos a hacerle pasar miedo, a ver si no vuelve más –maquinaron. Y lo persiguieron y espiaron hasta que lo encontraron subido en lo alto de una higuera. Se acercaron sigilosamente por detrás de unas murallas, aga- chados para que no los viera. Se le aparecieron al lado unos tres o cuatro ves- tidos de ánimas y entonaron una canción de ultratumba, con una voz grave que atemorizaba: –Antes que estábamos vivos, comíamos de estos higos. Y el chico se acurrucaba en la higuera, para que no lo vieran. Creía él que eran ánimas del purgatorio y se escondía entre las hojas de la higuera. Pero repetían: –Antes que estábamos vivos comíamos de estos higos; ahora que somos difuntos vamos todos juntos. –Y tú, ¿qué dices, alma tercera? –preguntó uno al otro. –Que cojas a ese que está en la higuera –le respondió con esa voz grave de ultratumba. Al oírlo el muchacho, pegó un brinco desde la higuera al suelo y echó a correr sin parar. Después lo contó en casa y, poco a poco, también le hicie- ron comprender que eso no era correcto. Y ya, por fin, vio que se lo habían hecho para quitarle esa costumbre de apoderarse de lo de los demás.