ARCHIVO del patrimonio inmaterial de NAVARRA

EL TUERTO DE CATACHÁN

  • Tipo de audio:
  •       - Testimonio
  • Clasificación:
  •       - Cuentos populares
  • Investigador / colaborador:
  •       - Ekiñe Delgado Zugarrondo
  • Localización del audio:
    Ollobarren
  • Tipo de informantes:
    Individual
  • Informantes del audio:
    Martínez, Jesús
  • Agentes del audio:
    Alfredo Asiáin Ansorena

Todo el mundo ha de temblar de este mozo baratero, que es el tuerto de Catachán, que a nadie le tiene miedo. De edad de quince años, siendo todavía un chiquillo, aprendí a manejar muy bien el cuchillo. Eran mis ideas de ir algunos ratos por cafés y plazas a cobrar los cuartos. Yo soy hijo de mi padre, sobrino de mi tía, abuelos nunca he tenido, según mi hermano decía. Soy nacido en cuarte, criado en María, hijo de Pecain del que nadie se fía. Tengo unos parientes que es cosa de risa, si el uno va descalzo, el otro va sin camisa. Por esta razón, me desprendí de mi gente y me presenté en Madrid en la calle San Vicente. Entré en la posada, pedí de almorzar, de allá al poco rato me fui sin pagar. Lo cual, al momento, en un café entré. –¿Quién cobra los cuartos? –la voz eché. Me respondió un andaluz muy bien puesto y bien plantado: –Oiga usted, camarada, que yo estoy sobresaltado. Jamás he temido a nadie en Madrid. Yo, caballero, esta voz oí. Saco mi cuchillo, nada para qué, treintaidós cayeron en aquel café. Les despojé los bolsillos, con mucha serenidad, y de allí me fui a otra posada, a calle de Trinidad. Me senté en un banco y le dije al patrón: –Venga de comer y vino en un porrón. Me sacó un puchero de rico jamón, también, para el postre, un medio capón. Comí con serenidad y, al tiempo de hacer la cuenta, vuelvo la cabeza y veo cien civiles en la puerta. Ellos preguntaron: –¿Está Catachán? Yo les contesté: –Luego, lo verán. Yo, al ver tanta gente, las ligas me até. Ciento veinte varas de un blinco salté. A todos dejé achaqueados en la puerta de la calle. Yo me marché de allí, sin incomodar a nadie. Más de treintaidós tiros a mí me dispararon. Jamás uno de ellos a mí me tocaron. Mas un pistoletazo que me tiró un mozo, si no por la ceja me barrena un ojo. Al otro día siguiente, que era el catorce de enero, me vinieron a prender doscientos carabineros. De dos cuchilladas que yo pegué treinta brazos y doscientos cuellos entre ellos corté. Al otro día siguiente, en los llanos de Monzón, me vinieron a prender soldados de un escuadrón. Cogí mi caballo y en él me monté. También un trabuco muy bien lo cargué. En él metidas mil balas, para un tiro solamente y, de un solo trabucazo, maté novecientos veinte. El campo quedó negro de muertos y heridos. Allí no se oía otra que suspiros. Corría la sangre como un riada y llegó hasta Cádiz, Sevilla y Granada. Y a todos los colgué de un árbol, en aquella misma tarde, para pasto de los cuervos, porque allí pasaban mucha hambre. Bien se divirtieron ellos un ratito. Cada uno cogía sesentaisiete en el pico. Tan sólo moriones quedaron allí, zapatos, capotes y algún corbatín. Yo me dirigí de aquel punto por no hablar, a hallar más confianza a las montañas de Jaca, que están muy cerca de Francia. Porque las columnas las veo venir, por cerros arriba, buscándome a mí. Yo estoy cansado, sin poder correr, y, si me descuido, me van a prender. Yo iba de ropa todo destrozado de subir montañas y saltar barrancos. Me metí en París, estuve tres días, lo cual me vestí. Un domingo por la tarde había una gran parada, de unos ocho mil franceses todos formados en ala. Cargué mi trabuco con cuatro mil balas, tiré un trabucazo, no hice mala escarda. No quedó más que uno, el del trombón mayor, porque se metió detrás del tambor. Estando en esta función, me vinieron a prender doscientos cuarenta sastres, entre ellos una mujer, doce limpiabotas, catorce silleros, cuarenta aguadores y mil zapateros. El último encuentro que tuve fue con veintinueve viejas, que estaban hilando y aspando algunas madejas. Como yo he sido siempre un tronera, colgué diecinueve de la chimenea. Las demás restantes en un fardo las até; de cabeza a un pozo, también las eché. Y aquí concluye la historia del tuerto de Catachán, que murió de un sabayón y al infierno fue a parar. Y según le ha escrito a su amigo Miguel que está como quiere y lo pasa muy bien. Y manda expresiones para don Quisiera para daros el saco por lo que quisiera.