Falces
Zona no vascófona.
Limita al N con Miranda de Arga, al E con Tafalla y Olite, al S con Marcilla y Peralta, y al O con Andosilla y Lerín. Las dos grandes unidades estructurales del término municipal son: en la parte occidental del término un anticlinal incurvado que en conjunto lleva la dirección NO-SE, y un sinclinal casi paralelo, en la oriental. En el eje del anticlinal, bastante desventrado por la erosión, afloran los yesos en alternancia con las margas yesíferas del Oligoceno. Las dos formas de relieve más características son: crestas de 400-500 m de altitud en los bancos de yesos masivos y vallonadas ortoclinales en los afloramientos margosos. En el sinclinal afloran las arcillas miocénicas, con algunos niveles de calizas arenosas intercalados que por erosión selectiva han dado algunas cuestas estructurales. A lo largo del Arga, que corre de N a S, meandriforme y cortando sesgadamente a los dos pliegues antes mencionados, se escalonan, entre 290 y 400 m, tres niveles de terrazas.
Comunicaciones: Carreteras locales que se unen a la comarcal NA-115, Tafalla-Peralta-Rincón.
Clima
El clima es mediterráneo-continental con inviernos fríos y lluviosos, veranos cálidos y secos, oscilaciones acusadas de la temperatura y cierzo frecuente y fuerte. Sus principales valores medios anuales son: 13,5°-14,5"C de temperatura, alrededor de 450 mm de precipitaciones, caídas en unos 60 días, y 725-750 mm de evapotranspiración potencial.
Flora
Poco queda de la vegetación originaria; el hombre ha talado, sobre todo, y también repoblado con pinos (especialmente pino carrasco). A 1.166 Ha asciende el regadío (18% de las tierras cultivadas), entre cultivos herbáceos y leñosos. Entre aquellos hay que destacar las hortalizas (pimiento, tomate, ajo, etc.). Hay unas 26 Ha de frutales (manzano, melocotonero) y 3 de vid. Esta, después de recuperarse de la filoxera, no ha hecho más que perder terreno: 21 Ha en 1906, 104 en 1920, 64 en 1950, 11 en 1970 y 7 en 1982. Los secanos son principalmente cerealistas (cebada más que trigo). La gran roturación de los yermos para el cultivo agrario tuvo lugar en los primeros decenios del siglo XX: 2.561 Ha en 1906, 4.390 en 1920, 5.557 en 1935. A partir de esta fecha la tierra de labor de secano se estanca, y desciende a 5.300 Ha en 1982. El viñedo de secano aumenta después de la filoxera y disminuye en los últimos años: 91 Ha en 1906, 882 en 1920, 912 en 1950, 1.021 en 1970 y 728 en 1982 según el catastro.
HERÁLDICA MUNICIPAL. Su escudo actual, que figura en las vidrieras del palacio de la Diputación Foral, es representado de la siguiente forma: Trae de gules y un castillo de oro, almenado de tres almenas y adjurado de azur, surmontado de una estrella de oro de ocho puntas y flanqueado de dos falces de plata. Se conocen varios sellos usados por la villa. El primero pende de una donación de Felipe de Evreux y consta de una torre de tres almenas picudas y a ambos lados hoces o falces, representando el nombre del pueblo. Otro de 1408 tiene los mismos elementos que el anterior, pero colocados en el centro de una estrella gótica. El tercero, representa una estrella de seis puntas entre una falce y un castillo de tres torres.
CASA CONSISTORIAL. La Casa Consistorial, situada en la Plaza de los Fueros, fue construida en 1868. Se compone de tres cuerpos de sillar, estructurados en altura decreciente. En la planta baja cuenta con triple arquería, y en la primera planta, un gran balcón corrido al que se abren cinco vanos. En el cuerpo superior tiene un emblema barroco, ejecutado en el siglo XVIII. Junto a la fachada pueden verse un par de farolas modernistas que anteriormente se situaron en la Plaza Consistorial de Pamplona y que fueron regaladas a Falces por el Ayuntamiento de la capital. El Ayuntamiento está regido por alcalde y diez concejales.
HISTORIA. Hay noticia de que en su término se descubrió en el siglo XVII un gran número de monedas romanas en un subterráneo arqueado con apariencia de explotación minera. Se desconocen actualmente tanto el paradero de dicho tesoro como el lugar del presunto hallazgo. En el mismo término existen los yacimientos romanos de San Esteban* y Los Villares, éste en proceso de excavación.
Importante posición defensiva contra las penetraciones musulmanas en el siglo X, configuró en las dos centurias siguientes uno de los distritos o «tenencias» del reino. La abadía de Leire fue titular de su monasterio de San Andrés, quizá por donación del rey Sancho Garcés III el Mayor. También poseyó heredades en su término Santa María de Roncesvalles. Los vecinos del lugar renunciaron al patronato de su iglesia (1263) a favor de Teobaldo II. Era villa de señorío realengo y debía en 1280 en concepto de pecha anual 1600 sueldos más 400 cahíces de trigo y otros tantos de cebada y avena. Abrumados por estas cargas, sus «labradores» se alzaron en 1358 contra el infante Luis, gobernador del reino. Sufrió duramente los efectos de la guerra con Castilla (1378), por lo que Carlos II alivió sus prestaciones tributarias, como después hizo Carlos III (1423). El príncipe Carlos de Viana disminuyó el número de racioneros de su iglesia (1444) ante la insuficiencia de los diezmos. Juan II dio la villa a perpetuidad al magnate Fierres de Peralta (1470), cuya viuda Isabel de Foix la legó a su vez a su prima la reina Catalina (1504), pero Fernando el Católico volvió a enajenarla (1513) a favor de Alonso Carrillo y Peralta, primer marqués de Falces. Albergó en la Edad Media una modesta comunidad judía. Falces permaneció como villa de señorío, hasta la desaparición de este régimen en la primera mitad del siglo XIX. En 1630, los señores de Falces aún ampliaron sus atribuciones al adquirir la jurisdicción criminal de Falces mismo y de Peralta. En 1802 la villa contaba con molino harinero de tres piedras, y otro de aceite con cuatro vigas. Había 7.453 robadas de tierra de regadío, que producía muy buenas hortalizas y frutos. Se conocía además la fuente mineral de Calchetas, en sus monte propios. Los marqueses de Falces no sólo designaban las autoridades civiles, como señores de la villa, sino que gozaban también del derecho di patronato eclesiástico y, por tanto nombraban al prior, al vicario y a lo quince beneficiados de beneficio enteros y los dos de los dos medio que, con otros cuatro sacerdotes servían la iglesia parroquial al comenzar el siglo XIX. En 1847 contaba con escuela, cuyo maestro percibía 6.000 reales al año; había hospital, mantenido con réditos de algunos censos y con la caridad; las robadas de regadío se calculaban ahora en unas 8.000; el puente sobre el Arga había perdido uno de sus ocho ojos, por circunstancias de la guerra. Los pastos eran tan abundantes que mantenían la mayor parte del año sobre 17.000 ó 18.000 cabezas de ganado lanar churro. La cosecha de trigo se estimaba en 20.000 robos anuales. A comienzos del siglo XX las escuelas eran ya tres de niños, una de párvulos y una de adultos y un colegio de las Hermanas de la Caridad; había puesto de la guardia civil; al hospital se había sumado un asilo que se inauguró en 1910, con el patrocinio de Fausta Elorz; funcionaban tres fábricas de aguardiente y dos de alcoholes, talleres de construcción de carros y atalajes, cubas y toneles, lavadero mecánico, cinco fábricas de chocolate y caja rural.
PALACIO. Los de Falces quisieron en varias ocasiones liberarse del señorío, discutiendo ante los tribunales los títulos que poseían los marqueses. En 1624 el Consejo desestimó sus pretensiones en este sentido. A finales del siglo XVII heredó el marquesado la condesa de Agramonte Rosa de Peralta, al morir sin sucesión el último marqués José Martín de Peralta. Los falcesinos aprovecharon la ocasión para volver con sus reivindicaciones, hasta que una sentencia del año 1704 les impuso silencio perpetuo sobre el asunto. Hacia 1525 tenía también casa en Falces el caballero Antonio de Ezpeleta, que había servido como gentilhombre a Su Majestad. Su sucesor Pedro de Ezpeleta llevó pleito en 1563 contra los regidores de la villa, defendiendo las prerrogativas de su casa, que tenía llamamiento a Cortes, exigiendo se le rebatiesen los cuarteles, como a los otros palacios.
CASTILLO. Dominando la villa, se alzó en época medieval un castillo, cuyo origen se remontaba al siglo X, y del que hoy únicamente queda en pie algún vestigio. En 1276, prestó homenaje a la reina doña Juana, por ésta y otras dos fortalezas, García González de Andosilla. Cuatro años después, aparece como alcaide García Martínez de Úriz, que percibía una retenencia de 100 sueldos y 10 cahíces, más una asignación sobre la lezta y penas por roturas de montes. Le sucedió Alfonso Díaz de Morentin. En 1321 era alcaide Bernart de San Pelay. Carlos II Evreux confió la guarda en 1351 a Juan Fernández de Arellano, y en 1359, el infante Luis se la dio a Roy Martínez de Allo. En 1366 se mandó fortificar también la ermita de San Salvador, requiriendo a los vecinos para los trabajos, porque desde ella se dominaba mayor extensión de terreno que desde el castillo. En 1739 el rey nombró alcaide al notario Juan Pasquier, dándole el bailío de la villa y otras rentas por encima de la retenencia, por ser plaza fronteriza. Al año siguiente se pagaron distintas obras de reparación y acondicionamiento. Posiblemente habría quedado dañado el castillo en el ataque y saqueo castellano de 1378. En 1400 era alcaide Jaquel de Tronchoy, sargento de armas. Le sucedió Lope Ximénez de Ujué, nombrado por Carlos III en 1409, que llevó a cabo obras de conservación en 1418. Juan Ortiz de Banano las continuó en 1423. La reina doña Blanca confió la guarda del castillo, en 1428, al escudero Juan de Valtierra, al que sucedió en 1435 Ferrán Martínez de Artieda, que cinco años después reparaba la cubierta de la torre principal. Seguía en el puesto en 1449. En 1457, Juan II dio el señorío a mosén Fierres de Peralta, que confirmó como alcaide a Juan López de Mirafuentes, que reparó el antepecho de la torre del homenaje en 1460, gastando 15 libras. A finales del siglo XV, tenía el señorío de la villa y el castillo doña Isabel de Foix, condesa de San Esteban, mujer de mosén Fierres, que en 1504 nombró por heredera a la reina doña Catalina. Tras la muerte de la condesa, los albaceas hicieron reparaciones en el castillo y pagaron los gastos de la guarnición. En 1508 se dio la retenencia, junto con otras rentas, al tesorero y canciller Juan del Bosquet. Tras la conquista de Navarra, Fernando el Católico dio el señorío, con el castillo y la jurisdicción, a don Alonso Carrillo de Peralta, marqués de Falces, para sí y sus sucesores a perpetuo. Por esta razón, la fortaleza falcesina fue excluida de las órdenes de demolición que se darían poco tiempo después. Una descripción de 1802, habla de «un paredón que indica ser parte del castillo que hubo antiguamente», en cuyas inmediaciones se habían en¬contrado sepulcros y monedas en distintas ocasiones
IGLESIA DE LA NATIVIDAD DE NUESTRA SEÑORA. La parroquia de la Natividad de Nuestra Señora se levanta en un extremo de la población, bajo un escarpe. Su historia constructiva es compleja, ya que se conservan restos en la parte baja de alguno de los muros que indican que hubo un primitivo templo protogótico del siglo XIII que probablemente constaría de tres naves. Posteriormente se hicieron algunas obras de las que todavía es testigo la portada gótica del lateral. En el siglo XVI sufrió una importante transformación en la que se destruyó una gran parte del templo antiguo para construir uno prácticamente de nueva planta. Estas obras se fechan en 1567 y las llevaron a cabo entre los canteros Juan de Orendáin y Antón de Anoeta, a quienes se debe la disposición espacial del actual edificio, con planta de cruz latina, de amplia nave coronada en cabecera recta. Sin embargo el aspecto tanto de alzados como de cubierta, neoclásico, obedece a las reformas del siglo XVIII, llevadas a cabo ante el estado ruinoso del templo. Ignacio Asensio, discípulo de Ventura Rodríguez, fue al que se encargaron las obras que se prolongaron desde 1779 a 1781. Este arquitecto confirió al interior de la iglesia grandiosidad arquitectónica construyendo la cubierta de medio cañón y cúpula elíptica del crucero, junto al orden gigante de pilastras que marcan los tres tramos de la nave. Se encargó además del repertorio decorativo, uno de los ejemplos más destacados dentro del estilo neoclásico en Navarra, como es lógico suponer deudor de Ventura Rodríguez. Una pareja de capillas abiertas a cada lado de la nave completan la estructura del templo. A otra etapa constructiva responde la construcción del coro barroco que en 1749 levantó Manuel de Olóriz. La parroquia cuenta con dos sacristías, una del siglo XVI cubierta por bóveda de terceletes y otra barroca construida por Juan de Larrea entre 1715 y 1718, cuyo aspecto se modificó en la reforma neoclásica. De esta sucesión de obras es fiel reflejo el exterior, con una total falta de unidad, no sólo en el material, donde conviven sillares medievales y del XVI con añadidos posteriores de ladrillo, sino también en la articulación de las distintas construcciones, levantadas con cronología diferente. La portada gótica del siglo XV consiste en un doble arco, carpanel en el interior y connopial el exterior, que descansa en haces de columnillas de capitel decorado, aunque muy perdido. El pórtico de ladrillo lo hizo seguramente Pedro de Aguirre en torno a 1683. En el interior del templo, entre otras tallas, destaca la de Nuestra Señora de las Arcas, que, aunque en la actualidad preside la iglesia, fue titular de su desaparecida ermita. Se trata de una talla de la Virgen con el Niño, renacentista de la primera mitad del siglo XVI, de carácter expresivista que mantiene todavía rasgos flamenquizantes; la policromía es del siglo XVIII. Muchos de los retablos que adornan el interior de la parroquia están documentados, así el de San Juan Bautista y Santa Catalina los talló entre 1741 y 1744 el arquitecto de Jaca, Juan Tornes, resultando muy originales con su espectacular arquitectura en relación con los retablos de la zona. Posteriores, de 1760 y 1761, son los retablos dedicados a la Inmaculada y a la Virgen del Rosario, realizados en estilo rococó por Dionisio de Villo das. Los dos alojan tallas de las titulares enviadas desde Madrid, por cuya elegancia y delicadeza caben situar dentro del círculo del escultor Salvador Carmona. La imagen de la Inmaculada la envió hacia 1770 don Vicente Hadarán. Neoclásicos, de 1801 y realizados según el proyecto de Joaquín Villanova, son los retablos de San Pedro y de la Virgen de Nieva. Se conserva, aunque rebordado en una tela del siglo XIX, parte de un temo rojo de principio del siglo XVII, con decoración de cartelas de cueros retorcidos.
BASÍLICA DEL SALVADOR DEL MUNDO. La Basílica del Salvador del Mundo, se levanta en lo alto de la peña. Su antigüedad se remonta a la época medieval, si bien la actual se construyó en 1880 sustituyendo a una de 1614. El interior lo preside un retablo manierista de la primera mitad del siglo XVII, que alberga pinturas sobre tabla que quizás puedan pertenecer al pintor Juan Frías de Salazar.
ARQUITECTURA CIVIL. Es claro el origen medieval del trazado urbanístico de esta villa, con calles estrechas y quebradas que conducen a los dos centros más importantes: la plaza de los Fueros y la parroquia. El tipo de vivienda es el característico de la Ribera navarra, edificios de ladrillo desarrollados en altura con dos o tres cuerpos más ático, sobre el que en ocasiones asienta un alero de madera. A la fachada vierten en general vanos adintelados. La mayoría de estas casas se fechan en el siglo XVII, si bien algunas conservan elementos del XVI, como la casa n.° 17 de la calle San José, que remata en un arco conopial con tracería flamígera y alfiz. Predomina en las fachadas la sobriedad, aliviada por la for¬ja de los balcones y ventanas o de los escudos, algunos decorados con follajes, leones, niños y otros motivos heráldicos. Son varios los palacios que caben destacar, todos ellos barrocos del siglo XVII: el de Badarán en la plaza de los Fueros, la casa Ximénez de Embun al comienzo de la calle San José, así como el palacio situado en la calle de Jesús Elorz, otro en la placeta de Maya o el monumental caserón de la calle del Congreso.
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