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LA CONFESIÓN

  • Audio mota:
  •       - Testimonio
  • Sailkapena:
  •       - Herri ipuinak
  • Ikertzailea / laguntzailea:
  •       - Ekiñe Delgado Zugarrondo
  • Audioaren kokapen:
    Santacara
  • Informatzaile mota:
    Individual
  • Audioaren informatzaileak:
    Remón, Jesús
  • Audioko agenteak:
    Alfredo Asiáin Ansorena

El “Churro” contaba que fue a confesarse un chico joven, que tendría unos veinte años. Llegó al confesionario, empezó a confesarse y le dijo el cura: –¿Y qué tal? Vas con Paquita, ¿no? –¡Coño! Sí, voy algo, pero no voy mucho –se excusó el muchacho. –Ya sé que vas, ya. Ya sé que vas –le acusaba el cura. –Sí, pero no le dejan en casa –se quejó admitiéndolo el chico joven. –Y tú, ¿cómo te las arreglas? –preguntó interesado el cura. –Ah, pues ya voy a decírselo: resulta que, en casa de ella, hay una herra- dura de caballería hincada en la pared y, además, ella tiene una cuerda; y, cuando voy yo, pues a eso de las nueve o las diez, cuando ya están en la cama, me pongo debajo de la ventana y le hago: “guau, guau”. Y ella me echa la cuer- da, la cojo y, apoyándome en la herradura, subo –le explicó el muchacho. –Hombre, chico, eso no está bien. Eso no se debe hacer. No está nada bien. Mira, te voy a dar la absolución: tú rezas tantos padrenuestros, dices tantas avemarías... –le mandó el sacerdote muy serio. El muchacho empezó a cumplir la larguísima penitencia, pero, al rato, pensó: –¡La ostia! ¡Si este cabrón me ha echado aquí para toda la noche! No voy a poder ir a cortejar. Él me tiene aquí hasta las doce de la noche, mientras se aprovecha. ¡Qué! ¿Aquí voy a estar? Hala, me voy a cortejar. Pero el cura había ido antes que él. Se puso debajo de la ventana e imitó el ladrido: –Guau, guau. Y ella enseguida le echó la cuerda; cuando subió a la ventana, lo vio ella y se sorprendió: –¡Uy, Padre Divino! ¿A dónde va usted, padre? –Chss, calla, calla. Ya te explicaré luego –le ordenó el cura. Y ya se metieron para dentro. Y el cura pensaba que el otro no iba a ir, porque le había dejado penitencia para medio. Pero, como se escapó de la iglesia, fue a dormir. Se puso debajo de la ventana otra vez y ladró: –Guau, guau. Sin embargo, no le echaba la cuerda. Y Paquita, nerviosa, se dirigió al cura: –¡Ay, padre! –Guau, guau –insistía desde abajo el chico. –Va, échale, échale –cedió el sacerdote. Le echó, por fin, la cuerda, la cogió y subía. Pero el cura le esperaba en la ventana y, cuando llegó, le salió y le gruñó: –Grrr. Y el muchacho se echó un pecado y le dijo: –Cagüendios, cabrón. Si no te hubiera enseñado a ladrar, no me habrías enseñado los dientes. Claro, le enseñó a ladrar en la confesión y después le enseñó los dientes.